Ayer a las 9 de la mañana, un grupo de Bomberos Zapadores de Buenos
Aires acudieron a Azara 1245, en Barracas, para apagar el incendio que hacía minutos
había comenzado dentro de las instalaciones de Iron Mountain, una corporación
norteamericana dedicada a brindar servicios de reducción de costos en resguardo
de documentación importante, protección de archivos y destrucción total de documentos
y datos de grandes compañías asegurando la excelencia de cualquiera de estos
servicios antes mencionados, incluso el de la destrucción de aquellos
documentos otrora guardados con celo y contradicción. Usted puede ver con sus
propios ojos de lo que hablo con solo cliquear esta dirección, donde un video
alienta a quien fuese dueño de una mega compañía corporativa llena de papeleo que
debe ser resguardado como también del otro papeleo, del que debe ser eliminado,
que no hay otra empresa mejor calificada para brindar este tipo de servicios
que la inefable Iron Mountain:
En el video, más o menos por la mitad, usted puede ver con qué fruición
Iron Mountain nos refriega en nuestras caras lo bien preparados que están a la
hora de proteger nuestros documentos del fuego para, instantes más tarde,
mostrarnos con gran orgullo lo expertos que son a la hora de encomiarse a
destruir documentos para que nada de lo que ocurrió en su compañía pueda ser
develado.
Entonces, decía; ayer, a las 9 de la mañana, Carlos Veliz, Sebastián
Campos, Maximiliano Martínez, Anahí Garnica, José Luís Méndez, Pedro Barícola,
Leonardo Day, Eduardo Conesa y Juan Monticelli, junto con otros compañeros a
los que en ese momento no les llegaría la hora, intentaban ingresar al galpón
de Azara 1245 cuando fueron aplastados sin más y en un desesperado instante por
un paredón inmenso que, como si fuese un castillo de naipes, se acostó de
pronto encima de ellos al perder el equilibrio cuando el techo comenzó
suavemente y en silencio a empujarlo hacia afuera.
Y murieron, todos aplastados.
Si uno ve las fotos, puede tener una referencia bastante impactante del
espesor de la pared que les cayó encima. No era una pared de 15, ni siquiera
era de 30. Era una pared de esas con las que se construían los galpones de
principios del siglo pasado, que seguramente mediría 60 centímetros de grueso.
Y no hubo forma de evitar la masacre. Los nueve murieron de inmediato, sin
tiempo a darse cuenta lo que había ocurrido.
Nueve personas dispuestas a todo, nueve bomberos que dedicaban su vida a
salvar otras se encontraban intentando ingresar al galpón encendido en donde no
había un alma que rescatar, solo papeles incandescentes y fierros retorcidos y
a punto de hervor. Y la labor del
bombero es apagar el fuego, porque de lo contrario las llamas pueden tomar las
casas linderas y propagarse sin más.
Deben acudir. Deben ingresar. Deben apagar el incendio.
Un incendio que, si uno vuelve a ver el video institucional de la
empresa Iron Mountain, no puede más que preguntarse entonces cómo puede haber
acontecido siendo Iron Mountain una corporación norteamericana dedicada precisamente
y entre otras cosas a la protección del fuego de documentos de otras
corporaciones norteamericanas.
Así que espero realmente que esos cuatro empleados que están declarando
en este momento expliquen con gran detalle cómo fue que ninguno de los
dispositivos de seguridad que debían velar por los importantes documentos que
almacenaban se activó, como también explicar cómo puede haber ocurrido que
nadie haya siquiera tomado uno de los cientos de matafuegos que cuelgan de las
columnas internas del lugar, que claramente se advierten en las fotos, y cómo
puede haber acontecido que el fuego se haya propagada de tal forma que la
cabreada comenzara a dilatarse empujando hacia afuera las enormes paredes que
rodeaban el lugar, que cayeron con firmeza sobre nueve bomberos que deberían
haber estado socorriendo gente en otros siniestros en lugar de haber estado
intentando ingresar dentro de un lugar lleno de chanchullos documentados que,
oh por dios santo, qué terrible mala suerte, acababan de transformarse en cenizas
para no poder servir como prueba para demostrar esto, aquello u lo otro en un
futuro cercano.
Y ¿la verdad? Estoy un poco indignado y triste. Porque sé que nada de lo
que declaren estos cuatro empleados servirá para nada. Sé, casi como una suerte
de poderoso mentalista, que si en algún momento se descubre que hubo un error o
que el incendio fue premeditado, seguramente Iron Mountain tendrá la manera de
demostrar que lo que ocurrió en realidad fue que un empleado desleal fue el
responsable de lo acontecido o fue un loco pirómano que justo entró en la hora
del desayuno y roció todo con nafta para prenderlo y huir por una puerta del
fondo.
Porque nada cambia, porque hemos sido testigos de situaciones parecidas,
como en el caso de la masacre de Once, donde ya se tiene alguna certeza de que
en realidad no fue que el tren no frenó porque era un viejo exocet oxidado y
sin frenos sino que el responsable fue el maquinista, quien había tenido un
episodio de epilepsia mientras mandaba mensajitos por teléfono y tomaba vino
del pico…
Esperemos que se sepa la verdad de lo que ocurrió en este incendio tan
evitable dentro de una corporación preparada hasta la médula para atacar
incendios.
Los familiares de las nuevas nueve víctimas merecen saber la verdad.
Y nosotros también.