miércoles, 22 de junio de 2011

25 años



Les dejo de regalo estas dos lecturas, cuando se cumplen veinticinco años del día más feliz de todos los tiempos argentinos.

Gracias por siempre, Diego querido. Sos el más grande. En todo sentido.

Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.
Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.
Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantendo que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.
No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.
No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.
Él no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.
Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratósfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.
Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones.
Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las infinitas traiciones tan propias de nosotros los mortales.
Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones.
Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.
Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros».
Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.
Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.
Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.
Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante.
Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo.
Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable.
Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria.


Eduardo Sacheri.


"La va a tocar para Diego: Ahí la tiene Maradona; lo marcan dos, pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio de fútbol mundial y deja el tendal. Y va a tocar para Burruchaga! Siempre Maradona... ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡Goooooolll!! ¡Goooooolll! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golaazo! ¡Diegooooo! ¡Maradooona! ¡Es para llorar, perdóneme! Maradona, en una corrida ¡memorable!, ¡en la jugada de todos los tiempos!, ¡barrilete cósmico!, ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina... Argentina dos; Inglaterra cero. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona! Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por éste... Argentina dos; Inglaterra cero."


Víctor Hugo Morales

domingo, 19 de junio de 2011

Aristas de un país que no cambia.

No vamos a cambiar. Hay que afrontarlo y ponerle el pecho a la realidad. Usted se preguntará por qué motivo estoy tan negativo y no le pongo onda. Es muy simple, tengo un don especial para estar viendo siempre las cosas que me demuestran que somos unos idiotas. No sé si es un don especial o un karma desesperante el que poseo, pero lo tengo, y debo cargar con esa cruz.

Antes de las elecciones que acaban de pasar donde Bolazzo y Charletta perdieron a manos de Pelado y Pingüino, estaba muy indignado e iracundo con Miguel Torres del Sel. No podía concebir que ese muchacho se haya postulado para gobernador. No me entraba en la cabeza. Y para colmo el hombre no paraba de decir pelotudeces, porque se podría haber quedado callado y aparecer sólo en esas gigantografías que me daban acidez con esa sonrisa de mierda y esa chomba azul pero no, el tipo realmente se creyó Juan Domingo Perón y empezó a decir esto y aquello. Un sinnúmero de barbaridades dijo, ahora no las recuerdo todas y debería haberlas anotado pero no lo hice. Una era, lo recuerdo perfectamente:

“Cuando sea gobernador no va a quedar un negrito con hambre”

Y en otra clamaba, voluntarioso:

“No tengo idea cuánto vale un metro de caño, pero aún falta un año para asumir como gobernador. Así que voy a aprender”


Y esto me hace plantear dos opciones y sólo dos opciones, porque cuando me enojo me pongo medio estricto y se me cierra el abanico de posibilidades, ¿sabe? Y las dos opciones son:

O este hombre es un despiadado hijo de puta

o es un pelotudo inconmensurable.

No hay otra alternativa.

No podés tener cincuenta y pico de años y no darte cuenta que no podés decir esas cosas en este país después de todo lo que ya ha pasado. No podés. Debería estar prohibido. Deberían encarcelar a los seres humanos que digan esas cosas alegremente. Debería haber una ley que nos proteja de este flagelo.

Más allá de eso, debo admitir que no me hacía tanto ruido. Realmente creía que se estaba cavando la fosa, que se acababa de inmolar. Y me parecía fantástico ya que nunca lo soporté, nunca entendí Midachi y mucho menos lo toleré vestido de doña Tota, personaje desagradable si es que hay uno en este país que se pueda tildar con el título de “Más desagradable”, pasándole el trapo a Zulma Lobato sin duda alguna.

Y después llegó el momento de la verdad. Verdad cruel y maldita. Del Sel salió tercero. Ni él se lo creía, fíjese bien esta foto, como festeja, note la cara de sorpresa que porta:



Tercero salió. Primero Pelado. Segundo Charletta. Tercero Del Sel, con 235.000 votos. Doscientos treinta y cinco mil santafesinos fueron a las escuelas asignadas para dicha elección y votaron por Miguel Torres del Sel.

Increíble.

Entonces me quedé mal, porque no puedo entender que sucedan este tipo de cosas en 2011. No logro asimilarlas.

¿Qué hace que un tipo vaya al aula que le corresponde, se siente, agarre la sábana esa nueva llena de fotitos y le haga una cruz al lado de la carita de Miguel Torres del Sel?

¿Qué tiene en la cabeza un tipo que hace eso?

¿Por qué motivo hay 235.000 tipos en la provincia de Santa Fe que hicieron eso?

¿Realmente suponen en Miguel Torres del Sel una opción seria?

¿Qué los atrajo de su discurso o de su ideal de provincia para elegirlo? ¿En serio creen que Miguel Torres del Sel no va a dejar un solo “negrito” con hambre? ¿En serio suponen que en un año, Miguel Torres del Sel no solo va a aprender cuánto vale un metro de caño sino que, encima, logrará entender cada minúscula arista que comprenda el rol del gobernador de provincia? ¿En serio creen eso?

Es impensado lo que ocurrió con este muchacho. Y encima ahora tengo que ver el cartel del día después, porque Macri tiene guita y puede seguir publicitando al petiso por los siglos de los siglos. La nueva gigantografía dice así:

“Ahora sí, Miguel gobernador.”

Con la misma sonrisa de pelotudo que portaba antes del batacazo. Y llenaron Rosario con la cara enorme de este petiso desagradable.

Y ayer paseaba con mi perra por el parque y vi, alelado, una de esas propagandas con el habitual “Ahora sí, Miguel gobernador” al que le habían escrito, bien grande y con aerosol un revelador mensaje: “Es Macri”.



Y me volví a enojar. Y mucho. Muchísimo, casi diría que me escandalicé. Porque no podía entender que alguien se haya tomado el trabajo de escribir semejante obvia pelotudez en la cara de este hombre desesperante. “Es Macri”. ¡Claro que es Macri! ¿Quién va a ser? ¿Manrique? (Hola, amigos…)

Pero después de un rato asimilé lo que leía, entendí a quién iba dirigido. Y no pude más que estar de acuerdo, porque ese absurdo vaticinio va dedicado a los 235.000 santafesinos que lo votaron. “Es Macri” debería decir en su frente, en el paragolpes de su lujoso auto, en la puerta de su casa, en la espalda de cada saco que se ponga. Porque si en una primera instancia hubo 235.000 personas que lo votaron, significa que esas personas necesitan imperiosamente que les aclaren a quién apoya el petiso este, por más que salga con fondos amarillos y con logos de “pro” por todos lados, abrazado generalmente a Mauricio Macri.

Es muy necesario aclarar todo en este país, porque vivimos en cualquiera. Y porque a nadie le importa un carajo de nada. Porque luego, cuando a del Sel le quede enorme el cargo de gobernador, los que lo votaron se van a mirar entre sí mientras se sacan los mocos con parsimonia sin saber qué pasó.


Y cambiando de tema pero no de problema, el domingo fui a pasar el día de unos amigos que viven acá nomás, a cien kilómetros, y comimos un asado que hice yo mismo al sol, el día estaba lindo.

Y después me tiré un rato, porque asado, sol y vino me dan sueño. Y manejar de vuelta por la ruta con modorra no es lo más atractivo del mundo así que siempre me preparan un sofá grande donde dormito una horita, para encarar recuperado la vuelta a Rosario.

Pero jugaba River. River contra alguien. El que me lee asiduamente sabe bien que no me interesa el futból. Y en la casa se encontraba un integrante de la familia al que llamaremos “Gallina” que es hincha fanático del club de Nuñez. Y que sí le interesa el futból. Y mucho.

Y se la pasó gritando, como un retardado mental: “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!”, cuando algún integrante del equipo de sus amores se hacía propietario, al menos por un instante, del balón en juego: “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!”, gritaba, cada tres o cuatro minutos: “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!”, aunque a veces el que se apropiaba del balón era un tal “pelado” que se me ocurre que debe ser Almeyda, que sé que le dicen así sin fundamento alguno, ya que es terrateniente de una larga cabellera rubia. E inisistía con el “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!”, metiendo de cuando en vez un distinto, pero muy enérgico “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, pelado, DALE!!!!!!!”.

Entonces mechaba. Por ahí mandaba un “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!”, y de vez en cuando lo reemplazaba por un sonoro “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, pelado, DALE!!!!!!!

Y estuvo así toda la tarde, bah, la hora que intenté dormir. En un momento se ve que River no retuvo más el balón, debe haber sido un recreo de 10 minutos, que es cuando finalmente logré dormirme. Pero inmediatamente, y a pesar de no estar reteniendo el balón con bravura, River hizo un gol. Y yo no le puedo transcribir los gritos desencajados que pegó Gallina ante el gol del equipo de sus amores pero usted se imaginará la situación. Solo le faltó pararse en pelotas arriba de la mesa de la cocina y revolear todas las sillas hacia la habitación en donde me encontraba, separada solo por una pared interna y una puerta entreabierta.

Y me volvió a despertar. Diga usted que me encontraba en su propia casa, por lo que desistí de hacer lo que me venía en mente todo el tiempo (ir a la cocina, agarrarlo del cogote y partirle una botella vidrio de coca cola de 1,25 litros en la cara, pero pegándole con el culo de la botella, repetidas veces, hasta que solo quede una masa viscosa y sanguinolenta en donde habitaba ese espléndido y joven rostro varonil que portaba con valeroso brío).

Y después vino el entretiempo, donde logré volver a dormitarme. Y Gallina ya estaba más tranquilo, el equipo de sus amores iba ganando 1 a 0 así que ya no estaba tan nervioso. Y logré dormirme. Pero sólo hasta que el equipo hijo de puta que jugaba contra River logró marcar un tanto a su favor haciendo que Gallina brame con toda su potencia un “¡Nooooooooo!” muy pero muy largo que no entiendo de dónde había sacado aire para mantener tanto tiempo la nota en stacatto. Parecía Carusso.



Y se fue todo a la mierda. Porque comenzó nuevamente con sus ilusos “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, DALE!!!!!!!” o “¡¡¡¡¡DALE, DALE, DALE, DALE, pelado, DALE!!!!!!!” y no me pude dormir más y me levanté, porque el solo hecho de pretender dormirme hacía que me ponga un poquito colérico y temía por mi salud mental. Así que fui para la cocina y me senté a ver el partido a su lado, mirándolo con inquisidora perplejidad, intentado hacerle ver que no solo me había despertado sino que me había desquiciado el domingo para siempre. Pero no se dio cuenta de nada, seguía mirando el TV con los ojos tristes e ilusos, viendo como se le escurría de las manos ese partido tan decisivo y tan necesario para no sé qué mierda con el tema de la promoción. Y al final, cuando faltaban 2 o 3 minutos dijo, casi al punto del llanto y en un hilo de lacónica voz: “Dale, River… Alegrame la semana”.



A mí la semana me la alegran mis hijas cuando vienen a verme, las cenas con mi mujer solos en casa escuchando la radio, un buen vino me alegra la semana, ensayar con mi banda también me alegra la semana. Acostarme a la noche y tener una película re buena para ver y no tener sueño me alegra la semana. Llegar a fin de mes airoso me alegra bastante la semana, aunque hace varias semanas que me viene llegando el agua al cuello.

El día que Gallina y los 235.000 santafesinos que votaron por Miguel Torres del Sel tomen conciencia de que la vida pasa por otro lado veremos el cambio que tanto anhelo. Mientras tanto habrá que esperar. Habrá que ver a Miguel Torres del Sel darse los cuernos contra la pared y dándose cuenta pasada la hora de arrepentimiento que es un muñequito que no puede hacer nada de lo que su cabecita de novia supuso que haría sin pedir permiso a sus superiores. Y habrá que seguir viendo a Gallina lamentándose al punto de no poder enfrentar la vida porque River empató, echándole a éste la culpa de todo lo que le pase en la semana, porque el muy desdichado club de sus amores no se la alegró.

Y mientras todo esto ocurre Miguel Torres del Sel llega bien a fin de mes, al igual que Pasarella, como también lo hace el pelado Almeyda. Como Grondona, que también llega bien a fin de mes. O como Mauricio Macri y su flamante esposa, ambos llegan bien a fin de mes. O como el papá de Mauricio, ese también llega bien a fin de mes. O como la ex novia súper pendeja del papá octogenario de Mauricio Macri, que también llega cómoda a fin de mes.

Es más, no solo llegan todos muy bien y muy holgados a fin de mes, sé de buena fuente que incluso les sobra.

jueves, 9 de junio de 2011

Historia sobre ruedas

¿Se acuerdan de Palmira? Aquella joven biotecnóloga que el año pasado fue protagonista de un posteo en donde hablaba de su hermano menor, que no conseguía trabajo y que lo único que enganchaba era como esclavo de Patagonia, esa parrilla al paso de shoping? Bueno, los voy a reubicar en aquella historia.

Primero les voy a contar sobre el presente de Juan Carlos, que renunció a Patagonia, que no le pagaron la última quincena que trabajó y que el gerente le dijo que si quería le haga juicio, pero que no iba a ver un peso.

Entonces renunció y consiguió trabajo (con mucha suerte, a veces creo que este pibe tiene el culo de oro o algo así, pero aún no lo vi en pelotas) en el Banco de Santa Fe. Siempre contratado por un tercero, no vaya a ser que el Banco de Santa Fe tenga que pagar indemnizaciones y aportes… Que la boca se me haga a un lado…

Y entonces cada 3 meses tiene que faltar una semana y esperar que lo recontrate la empresa a la que “Recursos Humanos” del banco contrata para que le aporte pelotudos que trabajen sin destino y sin futuro. Pa lo que guste mandar.

Una joya Recursos Humanos, porque cuando uno lee o dice “recursos humanos” supone una entidad que boga y protege al empleado pero no, lea bien: Recursos Humanos. O sea: ¿Necesita un humano? Aquí tiene.

Pongamos un ejemplo:

- Señor, mire lo que es esta estantería… ¡Está todo desacomodado!, no vamos a encontrar jamás el formulario H13 del contrato del señor Gutierrez…

- Tiene razón, Ramirez, esto es un kilombo. Deberemos recurrir a un humano que lo ordene. Pídale uno a Recursos Humanos de inmediato.

Que es lo mismo que “Yo, Robot”, la película de Will Smith; el día que los robots puedan ordenar estanterías y encontrar el formulario H13 del contrato del señor Gutierrez, Juan Carlos tendrá que contarse los pelos de las pelotas para no aburrirse mientras se muere de inanición por la falta de alimentos. Y falta re poquito para eso pero no importa, sigan mirando Tinelli.

Bueno, pero me fui a la mierda, como siempre; no quería hablar de Juan Carlos, quería hablar de su hermana, Palmira.

Resulta que hace 5 años Palmira se recibió de biotecnóloga y comenzó a buscar trabajo. En aquella época y con un ataque de ansiedad le regalé una bicicleta para que pueda desenvolverse cómoda yendo y viniendo de ese trabajo que aún no tenía. Fui medio pelotudo, lo sé, si aún no sabíamos incluso si trabajaría en Rosario… Y entonces la bici quedó medio abandonada, y luego la usó bastante Juan Carlos para ir al shoping a trabajar en Patagonia. Era una bici medio chota y duró lo que un pedo en un canasto. Y el día que Palmira se dignó a usarla ya estaba más desvencijada que Mamá Cora así que decidimos ir a Rippio y cambiarla por una más cómoda y más linda.

Y las cosas las hacemos pasito a pasito, porque no podemos hacerlas todas juntas, entonces terminamos de pagar el lavarropas y me compre una bici para mí, y terminamos de pagar mi bici y Palmira se compró la suya, en Marzo de este año.

Hermosa bicicleta, realmente, divina, muy cómoda. De paseo. No como la mía, que es tipo trecking o mountain bike o como mierda se llame, que uno anda todo encorvado, no. La tipa va sentada derecha. Cuando me la prestó para dar una vuelta quería ir y cambiar la mía por una de esas. Realmente muy buena bici. Vamos a hacerle propaganda así la gente va y se compra una de esas: Olmo Freetime 4 se llama. Se la recomiendo:



Y empezó a irse en bicicleta a trabajar, porque gana $3.800, siendo una científica que trabaja 10 horas por día y no tiene ni obra social ni aportes ni nada, entonces si viajara en colectivo se le iría bastante guita por mes, así que la ayudé y se compró la bici, que entre lo que Emilio nos tomó la vieja más un regalo de plata extra mío la sacó bastante barata.

Y la vida le cambió. Dejó de putear por tener que depender del colectivo. Es libre. Se levanta, desayuna y sale con su bici hacia la Siberia. Se clava el MP3 y a pedalear escuchando vaya uno a saber qué barbaridad. Problema solucionado.

Resulta que su laboratorio está dividido en 2 partes. Un 90% funciona en la Siberia pero aún queda un 10% de maquinaria en la facultad, en Suipacha entre Urquiza y San Lorenzo. Y a veces el jefe de Palmira le ordena que vaya a la facultad antes de irse a su casa a “hacer correr un experimento”, entonces Palmira, a las 7 de la tarde, pedalea desde la Siberia hasta Suipacha al 500 y sube al laboratorio, agarra un cosito y lo pone dentro de otro cosito, aprieta un botón y listo, a casita que ya es tarde.

Y el lunes le tocó esa: ir a la facultad a hacer correr un experimento por orden de su jefe. Pero estaba chocha, porque se venía recagando de frío en la bici a las 7 u 8 de la noche y durante la Feria del Libro en Buenos Aires pasamos por el centro y en un local de ropa deportiva le compré una camperita impermeable que no deja pasar el frío así que estaba de estreno, se podría haber ido pedaleando a la Siberia de Rusia con la camperita esa. Un fenómeno la camperita.

Y entonces fue a la facultad, escuchando música, abrigada por la camperita, pedaleando cómoda en su bicicleta nueva. Así que llegó, ató la bici en una reja que hay en la entrada. Subió al laboratorio, puso el coso dentro del cosito. Apretó el botón y bajó. En la escalera una chica le preguntó algo y se detuvo un minuto a responderle. Y siguió bajando.

Y cuando salió a la calle su bicicleta no estaba más. Se la habían robado.

Y entonces lloró mucho de indignación y me llamó por teléfono, muy crispada, así que fui en su rescate, al menos para hacerle el aguante emocional, a mí me chafaron la bicicleta del balcón y la bronca hizo que no me compre otra por 4 años, así que la entendía bastante.

En la facultad de biotecnología, a las 7 de la tarde, entran y salen 10 millones de personas. Nadie vio nada. El muchacho del kiosko de enfrente, al ser indagado sobre si vio algo le dijo que no, que no había visto nada, pero que siempre roban bicicletas ahí, que no se puede ir en bicicleta.

Al otro día se lo conté a un amigo mío que es empleado en un club, y me dijo que Palmira le cuente lo sucedido a su jefe, que ellos (mi amigo y sus compañeros de trabajo) tienen un seguro laboral una hora antes y una hora después del trabajo, que si le roban una bicicleta en su lugar de trabajo el club debe responder por ese robo, y que si lo roban una hora antes o una después se toma como que el empleado estaba yendo o volviendo del trabajo, por lo que también le corresponde al club afrontar la recomposición del rodado hurtado.

Yo se lo manifesté a Palmira, pero me dijo que no le iba a decir nada al jefe, que era al pedo. Y yo insistí. Sería lógico que si vos “jefe” le pedís a tu empleado que vaya a hacer un trabajo a otro lado y en el interín le chafan el vehículo, deberías responsabilizarte ¿no?

Bueno, no. Cuando Palmira le mencionó lo del robo sólo dijo: ¡No! ¡Qué hijos de puta!

Y nada más.

Palmira sigue trabajando mucho, luchando por encontrar la cura de varias enfermedades degenerativas.

Gana $3.800. No tiene jubilación. No tiene obra social.

Y ahora tampoco tiene bicicleta.

viernes, 3 de junio de 2011

Ases en la manga



Antes que nada me gustaría explayarme sobre la historia de los hermanos Schoklender, sobre todo para los más chiquititos, que no vivieron el caso por no haber nacido o por ser muy purretes cuando sucedió, y que cuando escuchan ese apellido les viene a la cabeza una mítica banda rosarina de los 90, o un par de pibes que mataron a los padres, pero sin saber ni cómo ni por qué. Así que aquí va:

A comienzos de la década del 80, Pablo y Sergio Schoklender eran los dos hijos varones de una familia pudiente porteña.

Mauricio, su padre, era un ingeniero de la firma Pittsburgh & Cardiff, que representaba en el país a los principales grupos empresarios europeos de la industria bélica, y fue durante la dictadura militar que estas empresas, y don Mauricio, lograron cerrar algunos de los más grandes negocios de sus historias. Mauricio era homosexual, y su mujer lo sabía. Pero la relación marital era muy extraña, eran más socios de andanzas que pareja, y cada uno hacía la suya.



Cristina, la madre, era alcohólica y había tenido un intento de suicidio. Había sido violada varias veces durante su niñez por el padrastro hasta que su madre la internó en un convento para protegerla de las violaciones, o quizás para que el padrastro vuelva a prestarle atención a ella. Esto perturbó para siempre la psiquis de Cristina, que cuando se encontraba bajo los efectos de la intoxicación alcohólica intentaba mantener relaciones sexuales con su hijo menor, Pablo, quien padeció el acoso desde muy pequeño, motivo por el cual, al cumplir su mayoría de edad, se fue de la casa.

La vida familiar de estos jóvenes era un calvario: un padre ausente que conocía de los acosos que su mujer le propinaba al más chico y que vivía discutiendo a los gritos con ésta delante de sus retoños, echándose en cara con lujo de detalles todos los amoríos que ambos tenían, más las amenazas constantes de Cristina con que las cosas se hagan “como ella disponía” o de lo contrario contaría todos los secretos de la empresa donde trabajaba Mauricio, destapando chanchullos y coimas de altos mandos militares de la época, haciendo de la convivencia familiar una pesadilla insoslayable.

Pero Sergio, Pablo y Ana Valeria, la hermana de ambos, se querían mucho y eran muy unidos, por otra parte, era lo único que tenían. Y Sergio odiaba a su madre sabiéndola incestuosa con su hermano menor.

La noche en que Sergio cumplió 23 años, papá, mamá y Ana Valeria (Pablo ya no vivía más en la casa) lo invitaron a comer afuera, para agasajarlo. Y cuando regresaron, Sergio se encontró sorpresivamente con su hermano menor dentro de la casa, quien estaba esperando que sus padres se durmieran para asesinarlos. Ya lo tenía decidido y quería contárselo a Sergio.

Ambos hermanos estaban en pleno debate cuando apareció en escena Cristina, que no se podía dormir por la descompostura que le produjo la terrible borrachera que portaba y Pablo, al verla venir, se escondió detrás de una puerta y la atacó por detrás con una barra de acero golpeándola en la cabeza. Y cuando Cristina cayó al suelo, Sergio continuó golpeándola para luego estrangularla con una camisa. Y la mataron.

Luego de un par de horas discutiendo sobre qué hacer con su padre, que a todo esto dormía plácidamente en su cuarto sin saberse aún viudo, Pablo se determinó a matarlo. Pero fue Sergio quien tomó la iniciativa, asestándole varios golpes en el cráneo a su padre, con la misma barra de acero que habían utilizado con Cristina, quebrándole casi todos los huesos de la cabeza y estrangulándolo con una soga hasta darle muerte.

A partir de ese momento se ocuparon de deshacerse de los cuerpos y los rastros envolviéndolos en sábanas mientras su hermana dormía plácidamente sin saberse aún huérfana. Luego los metieron en el baúl de uno de los autos de la familia (un Dodge Polara) para dejarlos abandonados en la puerta de la casa. Y se dieron a la fuga, cada uno por su lado, con una plata que habían estado ahorrando.

Mauricio y Cristina fueron encontrados por Isas Tejada, portero del edificio donde la familia vivía al advertir, días después, un gran charco de sangre que se había formado debajo del vehículo estacionado en la vereda.

A la semana, ambos hermanos fueron capturados, Sergio se había refugiado en una localidad cercana a Mar del Plata y Pablo había escapado a un pueblo de Ranchillos, Tucumán.







Finalmente, el 12 de Marzo de 1985, la jueza Martha Lopardo condenó a Sergio a prisión perpetua y absolvió a Pablo, pero un año después la cámara de apelaciones cambió la carátula de éste condenándolo también a perpetua. Aunque no lograron atraparlo, Pablo se había fugado cambiando su nombre y desapareciendo sin dejar rastro.

Recién el 14 de mayo de 1994, 9 años más tarde, la Interpol detuvo en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra a “Jorge Velázquez”, un comerciante argentino que vivía junto a su mujer y su hija en dicha localidad, pero su verdadera identidad indicaba que se trataba del menor de los Schoklender.

Un año y medio más tarde, Sergio quedó en libertad condicional y comenzó a trabajar en la defensa de su hermano, ya que durante su condena se recibió de abogado y psicólogo. Pablo aún continúa preso, aunque con salidas autorizadas para trabajar.

Fin de la historia. Debe haber sido terrible lo que estos dos hermanos sufrieron en su vida para tomar la determinación que tomaron. Y se puede decir que pagaron su deuda con la sociedad.

Y luego comenzó la carrera de Sergio como mano derecha de Hebe de Bonafini, para más tarde convertirse en apoderado de la fundación “Madres de Plaza de Mayo” culminando por estos días con el escándalo por malversación de fondos y lavado de dinero. Y escudándose en que él es un hombre de mucha plata que podría comprarse una Ferrari y un avión si quisiera, pero no explicando cómo tiene la fortuna que amenaza poseer, ya que mientras estuvo preso, tanto él como su hermano rechazaron la herencia de sus asesinados padres, saliendo a la calle y poniendo sus pies en la vereda del lado de afuera del penal sin un solo peso.



Según Jorge Lanata, a quien respeto pero últimamente me hace enojar un poco, Sergio miente, está hablando de más, y lo más absurdo de todo esto es la reacción del estado, que se ofende con el tema, cuando lo más sano sería que se investigue en lugar de mandar a Julio De Vido a respaldar a Schoklender (cuando Julio De Vido debería llamarse a silencio siendo un político cuestionado por la misma situación de malversación de fondos públicos) Y aclara, tanto para el gobierno como para la ciudadanía iraKunda toda: “Esto no es una campaña mediática en contra de las Madres de Plaza de Mayo, esto es cierto. Lo peor que puede hacer el gobierno es ocultarlo, la actitud debería ser: Abrir las cuentas para que se investigue, porque si no hay nada raro, ¿cuál es el problema en que se sepa? No se sabe cuánta guita se gastó… ¿Cómo va a ser un secreto de estado cuánta guita se gastó en un plan de viviendas? Es una locura… Cuando Sergio dice que él es sólo el apoderado miente, porque el edificio de Hipólito Yirigoyen donde funciona la fundación está a nombre de él, el edificio entero. También dijo que se podría comprar una Ferrari y dos días después sale la información que Sergio Schoklender es categoría 2 en autónomos, o sea que no gana más de $30.000 por año… Contame cómo ganado 30 lucas por año te comprás una Ferrari… O sea que si es cierto lo de la Ferrari es culpable de evasión impositiva, y si no es cierto es chorro. Meldorek no es mía, dice y el domicilio fiscal de la empresa es su propia casa. Meldorek tiene aviones privados y toda la coordinación de obras por el interior la hizo a bordo de aviones privados, y cuando los periodistas le preguntaban por qué motivo viajaba en aviones privados, él se atajaba diciendo que a Arroyo no le dicen nada… comparándose con los grandes capitalistas de la industria de la construcción”



Y culmina, muy atinado como siempre: “Acá hay un error de interpretación cuando se dice que se utiliza a las Madres para querer perjudicar al gobierno, porque ahí se está equivocando una vez más el enemigo, que es Schoklender, no los que estamos difundiendo esto, los enemigos son los que utilizaron a las Madres para quedarse con la plata, esos son los enemigos ¿O ahora el enemigo es quien lo cuenta?”

Y sigue: “Tengo muchas diferencias con Hebe, pero no creo que sea corrupta. Ahora, sí creo que miró para otro lado, porque si yo tengo un subordinado que viaja en avión privado, que se compra un barco, que de golpe alquila quintas, que se va a hoteles 5 estrellas, y que de golpe empieza a tener un montón de plata… De alguna manera me entero, no puede ser que nunca haya sabido nada.”

Hasta ahí veníamos bien, pero sobre el final le manda un triste: “Hace rato que se sabe que se está manejando mal la guita en Madres, pero uno no decía nada porque eran las Madres, qué se yo…”

Y ayer a la mañana, mientras todo esto hervía como loco, Víctor Hugo se montó en una cruzada endiablada y se pasó toda la mañana hablando pestes de Magnetto y asegurando que todo esto era una vil campaña de Clarín contra las Madres para tapar el tema de los hijos de Ernestina, que debería ser el único tema del que se debería estar hablando en todas las radios del país.



Estoy un poco podrido de Clarín, diario que nunca leí. Hace muchísimo mal olor que justo se haya descubierto esto de Schoklender en el momento preciso en que la justicia determina que ambos hijos adoptivos de Ernestina de Noble deben sacarse muestras de sangre por la fuerza. Porque siempre Clarín tiene un as en la manga y maneja la información como se le cantan las pelotas, perjudicando a quien se le ponga delante.

Pero sería fantástico que Clarín no tenga ningún as en la manga, ¿no?, ¿no estaría bueno? ¿Que no haya nada que señalar del gobierno, de este pulcro gobierno que nos hacen creer que tenemos, del que no se puede decir nada para no quedar como un imbécil que le hace el juego a la derecha, cuando uno no sólo no es de derecha sino que incluso le gustaría que la derecha no exista?

Ojalá que Sergio Schoklender vaya preso si se robó plata de la fundación de las Madres.

Ojalá que Ernestina de Noble vaya presa por la sustracción de bebés de desaparecidos, si es que efectivamente sus hijos fueron robados a una madre desaparecida durante el proceso.

Ojalá que algún día Lanata y todo aquel periodista político serio deje de guardarse información para más adelante por motivos inexplicables siendo justamente periodistas serios.

Ojalá que algún día Víctor Hugo sea un poco más objetivo y logre separar su odio a Clarín y entienda que él es un periodista que tiene el deber de informar a la población de todo lo que ocurre, no sólo hablar todo el programa de lo malo que es Magnetto, de lo vil que es Ernestina y de lo cruel, implacable y despiadado que es ese monopolio. Ya todos lo sabemos.


Ojalá pase algo que me borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre, en todos los segundos… En todas las visiones…