martes, 20 de enero de 2015

Reflexiones sobre la muerte de Nisman



Anoche miles de argentinos salieron a cacerolear pidiendo justicia por la intempestiva muerte de Natalio Alberto Nisman, pero no me gustó lo que vi.

Vi gente elevando carteles que clamaban “Yo Soy Nisman” y me sentí con el deber de hacer mi cartelito y salir a reclamar al Monumento.

Pero después vi otra gente –mucha- aferrada a afiches que vociferaban “Soberbios, intolerantes, corruptos, mentirosos, ladrones. Ahora, ¿Asesinos?”, y ahí ya no me sentí incluido en el reclamo.

Y no me sentí parte de la contienda. Como no me siento parte de otras contiendas ni de este país que estamos construyendo desde hace ya 10 años.

Soy un paria.

Un paria al que le hubiese gustado que anoche saliéramos a pedir justicia kirchneristas y opositores, pero de la mano, elevando carteles que enunciaran “Yo Soy Nisman”, señalándole a quién lo obligó a matarse, sea este quien fuera: La Side, la Corpo, el Gobierno, Irán o la CIA que repudiamos este detestable hecho y que no vamos a permitir una sola muerte más.

Y ése es el país en el que me gustaría vivir.

Un país en donde si fuera cierto que la denuncia de Nisman era una “tontería endeble” como asegura Aníbal Fernández se pudiese haber decantado solo con Nisman vivo y quedando como un gil delante de los diputados. Un país en donde el diario Clarín no publicara la tapa que publicó hoy: “El gobierno apura la hipótesis del suicidio” para sembrar sin tapujos en quien lee ese asqueroso diario aquella “verdad” que le interesa. Un país en donde nuestra presidente no hubiese publicado esa confusa carta llena de inútiles párrafos que no solo no suman nada sino que, como ya nos tiene acostumbrados, restan y restan y no conducen a ningún lado. Un país en donde Víctor Hugo Morales, 6, 7, 8, Jorge Lanata y Nelson Castro no tenga cabida en los medios y debieran dedicarse a vender chocolatines, o trabajar en una gomería.

Un país distinto.

Un país en donde pueda tomar de la mano a mi amigo kirchnerista y pudiésemos ir juntos al Monumento a pedir justicia por la muerte de un fiscal que, horas antes de presentar su investigación en el Congreso, pidió un arma a sus custodios, se encerró en el baño y se pegó un tiro en la sien atrapado en alguna amenaza que jamás conoceremos.

Y ya estoy cansado de decir siempre lo mismo. Y no veo que vayamos hacia ese país que anhelo y que deberíamos tener a 30 años de la vuelta de la democracia saliendo a cacerolear creyendo como una horda de sonsos todo lo que induce Clarín, quien claramente está demasiado interesado en convencernos de que Cristina mandó a matar a Nisman, o no yendo al Monumento por nuestro egoísta capricho kirchnerista, que tampoco nos deja pensar con claridad y nos obliga a actuar solo de una determinada forma.

El día que tengamos ese país, me sentiré de nuevo parte de la contienda.


Por ahora seguiré esperando.

viernes, 9 de enero de 2015

Editorial al Paso. Todos somos Charlie Hebdo - por Juan Pablo Scaiola




Alberto Einstein dijo una vez que el día que las abejas finalmente se extingan por el irrefrenable calentamiento global que estamos infringiendo al ecosistema, el hombre tendría sus días contados en este planeta.

Lo leí la semana pasada, ya lo conocía pero el otro día lo vi nuevamente, no sé en dónde ni porqué, y me quedó grabado.

Ayer, la masacre en Charlie Hebdo me encontró empantanado en el barro, lejos de una notebook, lejos de las noticias y con una inocultable indignación por la mañana que tendría que atravesar. Nada podía ser peor. No tenía salida. Estaba trabado en el barro y cada movimiento que intentaba era inútil. No había nadie que me ayudara, no tenía dónde ir. Me puse mal. E imaginé todos los desastres que debería padecer en ese día de mierda que, a las 7 de la mañana, había arrancado peor que con el pie izquierdo.

Jamás hubiese imaginado que en el momento en que maldecía mi suerte empantanado en el barro, a 11.024 kilómetros de donde me encontraba, unos yihadistas, talibanes, musulmanes, fanáticos, conservadores o como usted quiera llamarlos –son simples enfermos y despiadados asesinos, habría que dejar de ponerles motes que solo confunden y desenfocan la realidad- irrumpían en las oficinas de una revista de humor francesa del estilo de nuestra actual Barcelona o la vieja y querida Humor, y reventaban a tiros a su director y a varios de sus más galardonados humoristas levantando la bandera de que Alá, Mahoma o alguno de esos intocables que según ellos deben ser solo respetados con gran respeto y luego se fueron, encapuchados y ocultando su delirio mientras remataban como frutilla de este horroroso postre a un policía que pedía clemencia moribundo en el suelo.

Es como si en nuestro país entraran dos hijos de puta en una redacción y reventaran en 10 minutos a Quino, a Rep, al Negro Fontanarrosa, a Diego Parés, a Langer. Es lo mismo. Y la verdad es que me sentí un idiota renegando con mi simple problemita en el barro mientras tipos talentosos eran fulminados a tiros dentro de una oficina de prensa con la delirante excusa de honrar una religión. Pero lo que más ruido me hace desde hace un tiempo a esta parte es que hace tanto que vemos esto sin tomar cartas en el asunto que se me instaló en la cabeza, y no me lo puedo sacar con nada, de que todo esto que ocurre es solo por nuestra culpa.

Desde la persecución a Salman Rushdie, pasando por el cercenado colectivo de clítoris a jovencitas africanas, mechado con desfiguraciones con ácido en el rostro de mujeres que han ofendido a sus maridos iraníes mientras mujeres que no ofenden a estos pasean por las calles disfrazadas de obligados fantasmas con una rejilla de mierda cocida a la altura de la cara para no tropezarse en el paso, hasta lo que usted quiera recordar e incluir en éste desesperante párrafo que en 2015 no debería ser siquiera un mal recuerdo. Es culpa nuestra. Es mi culpa. Es su culpa. Usted, como yo, tiene la culpa.

Hace unos meses, andando en auto, me pasó por la derecha un VW Bora con un joven religioso al mando de larga barba quien iba acompañado de una de estas impactantes mujeres fantasma, toda tapada con una enorme túnica negra que contenía dos agujeritos para que la mujer pudiese aunque sea ver algo en su carácter de , lamento incomodar a estos religiosos, secuestrada e impedida. Me quedé helado. Jamás imaginé que en Rosario vería una cosa así y ahí estaban, pasando a mi lado como si estuviésemos circulando alguna calle de Irán. Me hubiese gustado seguirlos, ver dónde iban, constatar que no habría otros como ellos, pero la sorpresa fue tan grande que para cuando volví en razón ya habían doblado por San Juan con incierto rumbo oeste, y no hice nada por liberar a esa mujer. Y esa mujer no hizo nada por liberarse.

Y este año se pusieron de moda las decapitaciones en vivo y en directo, y las vemos horrorizados y con morbo en Infobae, diario que las muestra con orgullo quien, poniendo el cartelito de “guarda, imágenes explícitas”, tiene el visto bueno del Conadep para mostrar sin filtro alguno cómo un enfermo y despiadado asesino –religioso- empuña los pelos de su futura víctima, amenaza a Obama o a quien sea con alguna irrelevancia contrastante con aquello que en breve atacará, y, cuchillo en mano, se encomienda con gran expedición a separar la cabeza de su rehén del cuerpo que segundos antes esperaba sin remedio su ajusticiamiento. Y lo vemos. Y no hacemos nada.

Charlie Hebdo se pasó la vida satirizando a estos hijos de puta, y Charlie Hebdo estaba amenazado desde hace años. Charb, su director, vivía con custodia mientras en sus horas de trabajo dibujaba a Mahoma a punto de ser decapitado por un yihadista (despiadado hijo de puta asesino, sería la forma correcta de nombrarlo, acostumbrémonos a enunciar las cosas por su verdadero nombre).

Y los yihadistas tomaron cartas en el asunto, y los fueron a buscar, y los mataron a todos. Y hacía rato que se la tenían jurada. Y cumplieron. Y nosotros no hicimos nada.

Ayer, en medio de masivas manifestaciones, el imán Anjem Choudari, un predicador británico de estas arcaicas, fanatizadas y retrógadas religiones islamistas, aseguró que “la libertad de prensa debe ser sacrificada si insulta a Alá” y aplaudió a estos hijos de puta. Y no puedo siquiera encontrar palabras para describir la ira que me produce escuchar esto, ni qué hablar de la sensación que experimento al ver la cara de este otro enfermo, con su larga barba, su boca abierta que solo devela un oscuro abismo sin dientes, con sus ojos deliberadamente desorbitados de ofensa y su inacabable dedo índice elevado a la perenne advertencia. Ese dedo índice que siempre enarbolan amenazando represalias a quienes osen faltar el respeto a Alá, o Mahoma.

Ojalá que esta masacre sirva para terminar con estas creencias de otro mundo y del año del pedo que para lo único que sirven es para demostrarnos que no hemos aprendido nada.

Ojalá que los tres despiadados asesinos que mataron a estos 12 ciudadanos franceses encuentren el peor final. El peor de todos.

Ojalá que los familiares de las víctimas puedan algún día recuperarse de este terrible momento.

No puedo anhelar nada para Anjem Choudari, la verdad es que este hombre me ha dejado sin palabras, ni siquiera merece la muerte.

Ojalá que las abejas nos aniquilen antes que nuestras egoístas peleas religiosas, nos lo merecemos.

Sería místico.

Sería mágico.

Y sería lógico.