Cuestiones que pienso en voz alta sobre cosas que pasan en este mundo delirante en que vivimos.
viernes, 25 de diciembre de 2015
Navidad llegó
Bueno, termina el 2015. Parece que fue ayer que recién empezaba y acá estamos, a días de su indeclinable muerte por contrato.
Es un fin de año raro, distinto, un fin de año que marca el fin de una era. Para muchos, la era ganada, para otros muchos, la perdida.
Como nunca en toda la historia de mi existencia he experimentado semejante división entre mis amigos y conocidos. En la época en que JuanDomingo Perón fue recibido en Ezeiza con tanta pero tanta euforia que terminaron cagándose a tiros en la disputa por el abrazo faltaban 5 días para que cumpliera un año de vida, así que por supuesto no me acuerdo. Lo viví pero no lo viví. Jamás en toda mi vida -y ya soy un boludo importante- habría imaginado antes de la era K que pelearía con un amigo hasta la muerte de dicha amistad por política. Nunca, ni siquiera ahogado en una cruenta e irremontable borrachera hubiese avistado que llegaría el día en que no podría volver a hablar de política con Diego, con quien pasé casi toda mi vida construyendo una insuperable amistad siendo testigos de anécdotas que darían para escribir un libro desopilante y sin dudas Best Seller. Jamás hubiese contemplado como plausible que mi fuerte amistad con Cecilia, con quien me pasé un par de años hablando de todo sin filtro alguno tendría fecha de vencimiento aquel fatídico día en que osara expresar, inocente, mi primera crítica hacia el gobierno que este año termina sus tres mandatos consecutivos. Son solo dos ejemplos y tengo varias docenas de ellos. Nunca hubiese imaginado que pasaría lo que pasó entre todos nosotros. Nunca sospeché que aquella confrontación de los setentas, lejos de quedar en el pasado pisado seguía latente y más viva que nunca.
Y me asusta, porque entonces significa que todos los años anteriores a la era K, los años en donde disfrutamos la juventud de una democracia que ya no nos abandonaría, habíamos sido muy hipócritas y deshonestos en nuestro trato. Es improbable que Néstor y Cristina, tributando a Plankton en la película de Bob Esponja, hubiesen engatusado a la población entregándole esos horribles baldes de sombrero con la compra de una cangre burguer para luego activar un dispositivo que los convirtiera en sumisos zombies que cumplirían sin peros sus perversidades al cansino y reiterativo grito de “Larga Vida a Plankton…, Larga Vida a Plankton…” -. No. Lo que aquí ocurrió fue que millones de argentinos que tenían la garganta inflamada de tanto esperar y contener sus reclamos (y lo tenían muy pero muy bien guardado) finalmente se vieron identificados con un gobierno demasiado postergado por la historia reciente nacional y se embarcaron en un sueño que ya creían inalcanzable aunque de pronto insospechadamente cierto y tangible.
Y mientras en estos doce años esa mitad argentina disfrutó del gobierno que siempre anheló y le fue esquivo, hubo otra mitad silenciada que esperó con paciencia que terminara de una vez su flagelo personal para dar ahora rienda suelta a su boca y a sus deseos revanchistas.
Con mucho edulcorante e insipidez podríamos hacer un espejo e ir hacia atrás, hacia la época en que se proscribió a Perón, o al patético día en que volviera a pisar suelo argentino con ese pelado inútil levantando un fusil mientras debajo suyo se re cagaban a balazos en plena estampida humana.
Los argentinos no cambiamos más.
La década del 70 germinó una violenta y espantosa grieta que nada tiene que ver con la grieta lánguida actual sin calorías y “vía Facebook” y terminó como todos sabemos, con más de 30mil muertos y una herida al país que jamás se curará. Luego vino Alfonsín –grande entre grandes- y después Menem. En aquella década ganada (pongamos ambos segmentos en un ring: tres gobiernos constitucionales contra tres gobiernos constitucionales, son años ganados les guste o no) no se hablaba de política ni se peleaba para siempre por discrepancias ideológicas. En el gobierno de Alfonsín éramos chicos y hablar de política era algo así como jugar con un encendedor acuclillado en medio de una fábrica de pirotecnia. Estaba cuasi prohibido hacerlo, siempre recuerdo el rechazo que produjo en mi padre el día en que me aparecí con 12 años y muy contento con mi caset de Piero “Para el pueblo lo que es del pueblo” recién comprado en Tal Cual. Ojo, no soy el mejor ejemplo, mi padre deja bastante que desear en cuanto a “compromiso político” y a “lógica ideológica”, pero a pesar de mi familia desconectada de esas cuestiones tampoco viví en un país de fantasía ni había un complot masivo y nacional por mantenerme alejado de realidades invisibles a mis ojos. De política no se hablaba. Uno no hablaba de política con sus amigos. Y en la época de Menem tampoco se habló de política. Y recuerdo, porque ya era adulto, que las barbaridades a las que nos exponía la presidencia del Carlo eran vistas POR TODOS Y CADA UNO DE NOSOTROS como sonseras de un turco picaflor que se creía Alain Delon y era más vivo que todos nosotros. Una sola vez en todo el primer gobierno de Menem escuché a un amigo decir: “éste nos funde a todos”. Me lo encontré en la calle ni bien Menem ganó las elecciones, e intentando debatir sobre el nuevo y flamante gobierno me dijo “La gente no tiene idea lo que votó, éste es un hijo de puta. Éste nos funde a todos”. Jorge G. –sic, 1989-, gran visionario.
Y Menem nos fundió a todos, como bien vaticinó mi amigo, pero primero nos engatusó regalándonos 5 años de vacas recontra gordas en donde, juro por mis hijas, no recuerdo jamás haber escuchado a nadie quejarse ni una maldita puta vez. Y también juro que cuando las fábricas empezaron a cerrar, tampoco recuerdo a nadie haber levantado el dedo señalando las injusticias que comenzaban a inundarnos. Claro, teníamos el agua al cuello y debíamos utilizar ambos brazos para mantenernos a flote, levantar un dedo acusador en ese momento nos hundiría irremediablemente en el fango –debe haber sido por eso...-.
En el diario de hoy me desayuné –odio el futbol, me da asco- que hay un periodista deportivo llamado Javier Vicente a quien colgaron el mote de “relator militante” (un cerrado K sin antídoto alguno) que aseguró que el gobierno de Macri es la nueva dictadura, y que falta poco para que vuelvan los campos de concentración y los vuelos de la muerte. Y ni bien Macri asumió el poder alguien compró un aerosol negro y se fue de madrugada al colegio San José a tachar los nombres de los desaparecidos de Videla estampando de tanto en tanto la palabra “¡Zurdos!”. Y volví a escuchar comentarios callejeros, primero muy murmurados y ahora casi como moneda corriente: “A estos negros hay que matarlos a todos”.
Y la verdad es que no puedo comprender qué necesitamos para aprender lecciones, pero esta última semana me vino como una luz, como una epifanía, una certeza despiadada que me dejó mudo e incapacitado de poder seguir opinando sobre todo lo que los diarios me chantaban en la jeta y sobre todo lo que leía sin parar en los muros amigos K y D: No vamos a aprender nunca más. No importa lo que nos ocurra. Seguiremos revolviendo el balde de mierda por siglos. Porque somos Montoneros. Porque somos Gorilas. Y tengo 43 años, y sé que no voy a ver el cambio. Incluso creo que tampoco lo verán mis hijas.
El cambio vendrá. Estoy convencido de ello. A la noche me acuesto e imagino nietos que aún no existen viviendo en un país sin Montoneros ni Gorilas. Sin venganzas y con justicia para todos y por un instante y casi adormecido, me siento John Lennon…
Y eso es todo lo que puedo decirles en este fin de año:
No le pidan peras al olmo. Nuestra generación está condenada al fracaso como sociedad que aprende lecciones y madura. Y entiendo que la generación que viene también. Somos nosotros y nuestras actitudes y peleas quienes los estamos educando.
Les mando un beso grande en la frente, los quiero mucho a todos. Deseo más que nada en este mundo que se pasen los más lindos festejos de fin de año y ansío, naif como doceañero virgo y lleno de pornocos, que Macri vuelva sobre sus pasos y no bien terminen las fiestas y se le pase la resaca agarre y ponga manos a la obra con aquello que prometió el día que puso el culo en el sillón frente al Congreso:
a) Pobreza cero
b) Acabar con el narcotráfico
c) Terminar con la confrontación
Todo lo que está pasando estos días no tiene puta que ver con eso. Es más, va en dirección opuesta al último ítem.
Feliz navidad para todos, feliz años nuevo.
Juan Pablo Scaiola
lunes, 30 de marzo de 2015
Gente Desbordada
Domingo. 5 AM
Una típica balacera mejicana de esas que ya son moneda corriente en la madrugada del centro rosarino me despierta sin más y como de costumbre. Terco, insisto, entre indignado y resignado mirando el techo, pero ya no volveré a dormirme, no lo conseguiré. Ya estoy grande, debería perder esa ilusión.
Me levanto y me voy al living a disfrutar de la película que alquilé el sábado para ver a la madrugada cuando la balacera mejicana de esas que ya son moneda corriente en el centro rosarino me despierte sin más.
Pongo el DVD y cuando arranca me doy cuenta de que ya la vi. Es tiempo de que El blu-ray y el DVD se pongan de acuerdo. Sale un blu-ray con el título en inglés y al año siguiente -no al mes- sale un DVD con un título absurdo doblado al castellano que nada tiene que ver. Otra trampa mortal. "Welcome To the Punch">"Cruzando el límite". Nada que ver. Imposible darse cuenta. Ni el tiempo pasado ni el título nos ayuda a advertirlo.
Enfundo mi cabeza con enormes auriculares y me siento en el sillón, la película ya empieza y me acuerdo que era entretenida, pero un imbécil, zombie, descarriado, inimputable o como usted elija denominarlo estaciona debajo de mi balcón con un Peugeot 307 nuevito rebosando música punchi-punchi al recontra taco. No va a irse, ni siquiera bajará el volumen. El mundo es suyo y está solo en el planeta. Nada ni nadie lo hará salir de ese egoísta trance.
Salgo al balcón. Tiene el techo corredizo abierto y a pesar de tener toda la cuadra libre no está ni en doble fila ni bien estacionado, amarró a mitad de camino, en una suerte de “media doble fila”, pero esto tampoco le importa, o quizás no se dé cuenta. Manda mensajes envuelto en el punchi punchi de su potente equipo de audio. Le grito. Nada. Le chiflo. El sonido agudo de mi chiflido le entra por una oreja y le sale por la otra. Cabecea, pero una sola vez y hacia la izquierda, no mira para arriba. Debería tirarle una de esas piedras del sur que tengo en una maceta, pero son grandes y seguro lo mataría. Hace muchos fines de semana que lamento no haber dejado preparado un balde con agua. Me contengo y le vuelvo a gritar. Nada. La música está demasiado fuerte para que pueda advertir cualquier cosa que ocurriese fuera de su cockpit de boliche bailable.
Me voy a mirar la película, nada puedo hacer para evitar al jóven. Él se queda, la cuadra está ideal para estacionar mal y ponerse a mandar mensajitos con una marchita bolichona al re taco. Con el tiempo consigo concentrarme en lo mío. Si estuviera escribiendo sería imposible, pero una película ya vista es ideal para contrarrestar este flagelo del que estoy siendo víctima.
Al rato decido salir a correr. Aún es temprano y la familia duerme. Salgo. Llego a Tucumán y Roca y la pelea de la mañana no se hace esperar. A media cuadra, para el lado de Paraguay, un zombie corre desaforado y en cuero, increpando a otro que se oculta en una casa. Le patea la puerta, desquiciado como un infectado de “I’m Legend”. Corren, de la vereda a un auto y del auto a la vereda. No van a parar. De pronto me doy cuenta de que algo no está bien: El auto al que corren, un Peugeot 307 igual al que hace una hora estacionó debajo de mi balcón, también está a medio camino entre una doble fila y un "estacionado", peligrosamente arrimado a un volquete erguido. Algo en esa imagen no está bien. No hay ningún camión volquetero descargando el contenedor, y esa no es la forma habitual de ver esas gigantes palanganas de acero.
Afilo la vista y me doy cuenta. Ha habido un accidente, o algo así. Y seguro que la pelea es por ello. Llamo al 911. Aviso que hay un choque, gente a las trompadas y que un auto se metió debajo de un volquete. La policía me asegura que ya viene al tiempo en que el infectado de “I’m Legend” es revoleado dentro un auto de escape. Señalo esto a las autoridades del 911. “No se demoren porque ya se van en un Citroën C3 negro” Me piden la patente pero desde la esquina no puedo leerla.
“Vamos para allá”, me aseguran.
Me acerco al lugar del hecho y me doy cuenta de todo. Un conductor completamente en pedo en un Peugeot 307 -igual al que estacionó debajo de casa- se comió un taxi estacionado al que le rebanó el espejito y terminó debajo de un volquete, el cual se puso de sombrero. Y no puedo terminar de contemplar la escena que el taxista damnificado sale con un martillo dispuesto a todo. Aún no sé quién es ni si es la víctima o el victimario, pero claramente no está borracho y no tiene esa edad impune que el socialismo rosarino apaña desde hace una perdida y larga década. Lo abrazo e impido que acate esa implacable orden que acaba de darse: desmembrar lo que quedó sano del Peugeot a martillazos, y más o menos lo consigo mientras un señor de unos 55 vestido de elegante ropa de gimnasia y una gorrita Nike -claramente un señor de clase alta- se acerca y aclara que es amigo del borrachín fugado de la escena –seguro del padre de éste- y que todos nos calmemos, que "la macana ya está hecha" y que nada de lo que hagamos ahora va a volver el tiempo atrás. El taxista está por morir de un infarto de la indignación y justifica su reacción: Aparentemente, luego del episodio y al llamar a la policía –y con las autoridades en el lugar del hecho- el borrachín, harto de escuchar los reclamos del taxista por el espejito roto, le rompió el parabrisas a puñetazos, lo cagó a trompadas y zamarreó a su mujer, quien intentaba parar la pelea mientras la policía no hacía nada al respecto y se iba del lugar.
Me voy a la esquina, cierto que había salido a correr. Pero cuando llego doy un último vistazo hacia atrás y el Citroën C3 negro, ya sin el borrachín a bordo, vuelve con los papeles a intentar pasarse los datos del seguro.
Llamo nuevamente al 911 y paso la patente del C3, que ahora la tengo a tiro. El 911 toma mi segunda denuncia, pero nunca volverá por el lugar del hecho. El borrachín ya está a salvo. Nadie le hará el control de alcoholemia.
Me voy a correr. Es la primera vez que lo hago en muchos años. Antes corría, todos los días 45 minutos. Mucho antes que se pusiera de moda. Ahora estoy demasiado gordo y si no arranco de una vez, después ya va a ser tarde.
Voy al parque España y vuelvo. 15 minutos. Por ser la primera vez y sin parar en ningún momento –sobre todo por mí estado-, está demasiado bien.
Vuelvo caminando y al llegar al lugar del hecho, el volquete ya fue re ubicado entre el hombre amigo del padre del borrachín y el dueño del C3 que ayudó a que escapara. Y ya llamaron a una grúa privada que engalana la foto cargando el Peugeot 307 para borrarlo de la escena del crimen.
Son las 8:37, y ¿acá? Acá no ha pasado nada.
Espero que el taxista olvide el episodio y vuelva a su rutina diaria, parecía buen tipo.
martes, 20 de enero de 2015
Reflexiones sobre la muerte de Nisman
Anoche miles de argentinos salieron a cacerolear pidiendo
justicia por la intempestiva muerte de Natalio Alberto Nisman, pero no me gustó
lo que vi.
Vi gente elevando carteles que clamaban “Yo Soy Nisman” y me
sentí con el deber de hacer mi cartelito y salir a reclamar al Monumento.
Pero después vi otra gente –mucha- aferrada a afiches que
vociferaban “Soberbios, intolerantes, corruptos, mentirosos, ladrones. Ahora,
¿Asesinos?”, y ahí ya no me sentí incluido en el reclamo.
Y no me sentí parte de la contienda. Como no me siento parte
de otras contiendas ni de este país que estamos construyendo desde hace ya 10
años.
Soy un paria.
Un paria al que le hubiese gustado que anoche saliéramos a
pedir justicia kirchneristas y opositores, pero de la mano, elevando carteles
que enunciaran “Yo Soy Nisman”, señalándole a quién lo obligó a matarse, sea
este quien fuera: La Side, la Corpo, el Gobierno, Irán o la CIA que repudiamos
este detestable hecho y que no vamos a permitir una sola muerte más.
Y ése es el país en el que me gustaría vivir.
Un país en donde si fuera cierto que la denuncia de Nisman
era una “tontería endeble” como asegura Aníbal Fernández se pudiese haber
decantado solo con Nisman vivo y quedando como un gil delante de los diputados.
Un país en donde el diario Clarín no publicara la tapa que publicó hoy: “El
gobierno apura la hipótesis del suicidio” para sembrar sin tapujos en quien lee
ese asqueroso diario aquella “verdad” que le interesa. Un país en donde nuestra
presidente no hubiese publicado esa confusa carta llena de inútiles párrafos que
no solo no suman nada sino que, como ya nos tiene acostumbrados, restan y restan
y no conducen a ningún lado. Un país en donde Víctor Hugo Morales, 6, 7, 8,
Jorge Lanata y Nelson Castro no tenga cabida en los medios y debieran dedicarse
a vender chocolatines, o trabajar en una gomería.
Un país distinto.
Un país en donde pueda tomar de la mano a mi amigo
kirchnerista y pudiésemos ir juntos al Monumento a pedir justicia por la muerte
de un fiscal que, horas antes de presentar su investigación en el Congreso,
pidió un arma a sus custodios, se encerró en el baño y se pegó un tiro en la
sien atrapado en alguna amenaza que jamás conoceremos.
Y ya estoy cansado de decir siempre lo mismo. Y no veo que
vayamos hacia ese país que anhelo y que deberíamos tener a 30 años de la vuelta
de la democracia saliendo a cacerolear creyendo como una horda de sonsos todo
lo que induce Clarín, quien claramente está demasiado interesado en
convencernos de que Cristina mandó a matar a Nisman, o no yendo al Monumento
por nuestro egoísta capricho kirchnerista, que tampoco nos deja pensar con
claridad y nos obliga a actuar solo de una determinada forma.
El día que tengamos ese país, me sentiré de nuevo parte de
la contienda.
Por ahora seguiré esperando.
viernes, 9 de enero de 2015
Editorial al Paso. Todos somos Charlie Hebdo - por Juan Pablo Scaiola
Alberto Einstein dijo una vez que el día que las abejas finalmente se extingan por el irrefrenable calentamiento global que estamos infringiendo al ecosistema, el hombre tendría sus días contados en este planeta.
Lo leí la semana pasada, ya lo conocía pero el otro día lo vi nuevamente, no sé en dónde ni porqué, y me quedó grabado.
Ayer, la masacre en Charlie Hebdo me encontró empantanado en el barro, lejos de una notebook, lejos de las noticias y con una inocultable indignación por la mañana que tendría que atravesar. Nada podía ser peor. No tenía salida. Estaba trabado en el barro y cada movimiento que intentaba era inútil. No había nadie que me ayudara, no tenía dónde ir. Me puse mal. E imaginé todos los desastres que debería padecer en ese día de mierda que, a las 7 de la mañana, había arrancado peor que con el pie izquierdo.
Jamás hubiese imaginado que en el momento en que maldecía mi suerte empantanado en el barro, a 11.024 kilómetros de donde me encontraba, unos yihadistas, talibanes, musulmanes, fanáticos, conservadores o como usted quiera llamarlos –son simples enfermos y despiadados asesinos, habría que dejar de ponerles motes que solo confunden y desenfocan la realidad- irrumpían en las oficinas de una revista de humor francesa del estilo de nuestra actual Barcelona o la vieja y querida Humor, y reventaban a tiros a su director y a varios de sus más galardonados humoristas levantando la bandera de que Alá, Mahoma o alguno de esos intocables que según ellos deben ser solo respetados con gran respeto y luego se fueron, encapuchados y ocultando su delirio mientras remataban como frutilla de este horroroso postre a un policía que pedía clemencia moribundo en el suelo.
Es como si en nuestro país entraran dos hijos de puta en una redacción y reventaran en 10 minutos a Quino, a Rep, al Negro Fontanarrosa, a Diego Parés, a Langer. Es lo mismo. Y la verdad es que me sentí un idiota renegando con mi simple problemita en el barro mientras tipos talentosos eran fulminados a tiros dentro de una oficina de prensa con la delirante excusa de honrar una religión. Pero lo que más ruido me hace desde hace un tiempo a esta parte es que hace tanto que vemos esto sin tomar cartas en el asunto que se me instaló en la cabeza, y no me lo puedo sacar con nada, de que todo esto que ocurre es solo por nuestra culpa.
Desde la persecución a Salman Rushdie, pasando por el cercenado colectivo de clítoris a jovencitas africanas, mechado con desfiguraciones con ácido en el rostro de mujeres que han ofendido a sus maridos iraníes mientras mujeres que no ofenden a estos pasean por las calles disfrazadas de obligados fantasmas con una rejilla de mierda cocida a la altura de la cara para no tropezarse en el paso, hasta lo que usted quiera recordar e incluir en éste desesperante párrafo que en 2015 no debería ser siquiera un mal recuerdo. Es culpa nuestra. Es mi culpa. Es su culpa. Usted, como yo, tiene la culpa.
Hace unos meses, andando en auto, me pasó por la derecha un VW Bora con un joven religioso al mando de larga barba quien iba acompañado de una de estas impactantes mujeres fantasma, toda tapada con una enorme túnica negra que contenía dos agujeritos para que la mujer pudiese aunque sea ver algo en su carácter de , lamento incomodar a estos religiosos, secuestrada e impedida. Me quedé helado. Jamás imaginé que en Rosario vería una cosa así y ahí estaban, pasando a mi lado como si estuviésemos circulando alguna calle de Irán. Me hubiese gustado seguirlos, ver dónde iban, constatar que no habría otros como ellos, pero la sorpresa fue tan grande que para cuando volví en razón ya habían doblado por San Juan con incierto rumbo oeste, y no hice nada por liberar a esa mujer. Y esa mujer no hizo nada por liberarse.
Y este año se pusieron de moda las decapitaciones en vivo y en directo, y las vemos horrorizados y con morbo en Infobae, diario que las muestra con orgullo quien, poniendo el cartelito de “guarda, imágenes explícitas”, tiene el visto bueno del Conadep para mostrar sin filtro alguno cómo un enfermo y despiadado asesino –religioso- empuña los pelos de su futura víctima, amenaza a Obama o a quien sea con alguna irrelevancia contrastante con aquello que en breve atacará, y, cuchillo en mano, se encomienda con gran expedición a separar la cabeza de su rehén del cuerpo que segundos antes esperaba sin remedio su ajusticiamiento. Y lo vemos. Y no hacemos nada.
Charlie Hebdo se pasó la vida satirizando a estos hijos de puta, y Charlie Hebdo estaba amenazado desde hace años. Charb, su director, vivía con custodia mientras en sus horas de trabajo dibujaba a Mahoma a punto de ser decapitado por un yihadista (despiadado hijo de puta asesino, sería la forma correcta de nombrarlo, acostumbrémonos a enunciar las cosas por su verdadero nombre).
Y los yihadistas tomaron cartas en el asunto, y los fueron a buscar, y los mataron a todos. Y hacía rato que se la tenían jurada. Y cumplieron. Y nosotros no hicimos nada.
Ayer, en medio de masivas manifestaciones, el imán Anjem Choudari, un predicador británico de estas arcaicas, fanatizadas y retrógadas religiones islamistas, aseguró que “la libertad de prensa debe ser sacrificada si insulta a Alá” y aplaudió a estos hijos de puta. Y no puedo siquiera encontrar palabras para describir la ira que me produce escuchar esto, ni qué hablar de la sensación que experimento al ver la cara de este otro enfermo, con su larga barba, su boca abierta que solo devela un oscuro abismo sin dientes, con sus ojos deliberadamente desorbitados de ofensa y su inacabable dedo índice elevado a la perenne advertencia. Ese dedo índice que siempre enarbolan amenazando represalias a quienes osen faltar el respeto a Alá, o Mahoma.
Ojalá que esta masacre sirva para terminar con estas creencias de otro mundo y del año del pedo que para lo único que sirven es para demostrarnos que no hemos aprendido nada.
Ojalá que los tres despiadados asesinos que mataron a estos 12 ciudadanos franceses encuentren el peor final. El peor de todos.
Ojalá que los familiares de las víctimas puedan algún día recuperarse de este terrible momento.
No puedo anhelar nada para Anjem Choudari, la verdad es que este hombre me ha dejado sin palabras, ni siquiera merece la muerte.
Ojalá que las abejas nos aniquilen antes que nuestras egoístas peleas religiosas, nos lo merecemos.
Sería místico.
Sería mágico.
Y sería lógico.
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