El martes a las 9:30 de la
mañana estaba discutiendo con mi hermana y un amigo sobre cuestiones referentes
a nuestro trabajo, el día había arrancado horrible, como siempre, como viene
sucediendo desde hace 3 años. Y aquello que unos clientes nos habían prometido,
al final no lo cumplirían, y deberíamos rever cómo conseguir terminar otro
trabajo para así juntar los pocos pesos que estamos produciendo desde hace
tanto tiempo, que no sirven para mucho. Estábamos realmente enfrascados en
nuestras complicaciones cuando de pronto ¡Boom!, sonó a lo lejos. Fuerte.
Fuertísimo. Grave. Lejano.
Mi amigo enarcó las cejas y
vaticinó: “Eso fue una garrafa”. Mi
hermana subió la apuesta, muy asustada tiró: “Una garrafa no hace ese ruido, eso fue una caldera”. Pero a mí no
me parecían ninguna de las dos cosas. Eso era una explosión terrible que había
ocurrido muy lejos, y se los dije.
Salí a la calle y miré el
cielo, pero no se veía nada. Y por supuesto que no se vería nada, mi lugar de
trabajo se encuentra a 44 cuadras del edificio que explotó por el aire matando
tanta gente y sepultando vecinos que aún están desaparecidos. Prendimos la
radio. Nacho Russo hablaba de una explosión en Salta 2141, había explotado una
caldera.
Después resultó que no, que no
había sido una caldera, y ya se hablaba de una chica muerta y una docena de
heridos. Las llamas no se podían apagar al tiempo en que los minutos pasaban y
las teorías confundidas mutaban a la realidad ocurrida: Carlos Osvaldo García,
un gasista matriculado estaba cambiando el regulador de gas en la entrada al
edificio cuando tuvo un inconveniente aun no clarificado y se produjo una
pérdida de gas del caño de media presión de la vereda que, apuntado con
vehemencia hacia el palier del edificio de 3 módulos y 60 departamentos,
comenzó a inundar la propiedad horizontal con copioso caudal de gas comprimido que, en
menos de veinte minutos, desalojó el oxígeno reinante en cada rincón del
inmueble para terminar en el inevitable y desesperante contacto con algún
artefacto eléctrico que detonó la impensada bomba que se escuchó a 40
kilómetros a la redonda. Como cuando cae un meteorito, como cuando hay un
atentado.
Y se tardó mucho en entender
lo que había sucedido, la gente corría, despavorida, en estampida, sin rumbo.
Hubo gritos. Transeúntes que se transformaron en un instante en rescatistas,
gente desnuda y quemada en el medio de la calle. Al principio se supuso que los
ocupantes de los primeros 3 o 4 pisos del frente serían los damnificados, por
la conquista del fuego. Hasta la noche no se supo que el módulo central del
edificio había desaparecido por completo, y recién ahí se tuvo magnitud de lo
que ocurría. Y recién ahí se pudo llegar a la conclusión de que la explosión
dejó un sector completo del edificio derrumbado.
Y de inmediato salió Litoral
Gas a declarar su inocencia en este accidente. A pesar de que varios vecinos
venían diciendo por radio que hacía mucho tiempo que estaban teniendo problemas
con el gas y que habían hecho el reclamo, Litoral Gas salió a desmentir
relación alguna con el episodio. Y de inmediato llegó la orden de allanamiento
y el Juez Curto recopiló información en donde claramente había registro de los
problemas y de las reparaciones hasta veinte días antes, no había registro alguno de
visita al lugar en el momento del siniestro, por lo que Litoral Gas estaba libre de culpa y
cargo. Hasta el RRPP de la empresa se encargó de ordenarle a la periodista que lo
entrevistaba que “pongan bien grande que nosotros no tuvimos nada que ver”.
¿Tan rápido? ¿No hubiese sido mejor callarse y abrir los legajos ante el
allanamiento con respeto y prudencia?
Y ahí es donde los argentinos
siempre caemos en la misma tragedia, porque estamos condenados a atar las cosas
con alambre. Porque lo que aquí ocurrió tranquilamente puede ser que Litoral
Gas haya ido veinte días atrás del siniestro, como dice, y haya arreglado el problema, que
no se arregló del todo y hubo un nuevo reclamo, y seguro que Litoral Gas debe
haber reprogramado una visita para una cantidad de tiempo inaplicable al
invierno que estamos atravesando, que derivó en la única posibilidad por parte
del consorcio de tener que llamar a un gasista matriculado por fuera de Litoral
Gas que hiciera las labores en un tiempo más acorde a la lógica para evitar que
60 familias pasen 15 o 20 días sin gas con estas bajas temperaturas.
Y lo mismo ocurre con el 911,
esa mujer que, completamente desencajada, insultaba a los funcionarios de turno
mientras los acusaba de haber llamado al 911 haciendo la denuncia a las 9:07 con el
teléfono en la mano, para que luego el 911 de inmediato imprima unas hojas con
el listado de llamadas recibidas demostrando que nadie llamó nunca a esa hora... Y eso es al menos patético e infantil, porque la verdad se sabrá en muy poco tiempo,
y si el 911 ocultó o borró del registro esas llamadas que hicieron al menos tres
vecinos del lugar veinte larguísimos minutos antes de la tragedia a la vez que Litoral Gas hubiera sido más expeditivo a la hora de entregar el servicio como corresponde, lo más
probable es que Florencia, Hugo, María Esther, Carlos, Adriana, María Emilia,
Estefanía, Domingo, Roberto y Teresita ahora estuvieran vivos. Y Santiago,
Federico, Soledad, Debora, Maximiliano (ambos), Luisina, Juan, Lidia y Ana
estarían donde deben y no perdidos en la ciudad por el aturdimiento del shock o tapados
por los escombros sin que podamos saber cuál es su condición hasta no lograr
retirar cada uno de los ladrillos y bloques de cemento que, como si se tratara
de un inmenso hojaldre de concreto, los oculta de nuestra vista con recelo y
egoísmo.
Y ¿la verdad? Es tan terrible
lo que pasó, es tan inabarcable la dimensión de esta inmensa tragedia que nos
marcó para siempre que no tengo palabras para esta queja. Estoy destrozado.
Espero que aquellos que aún no
han sido encontrados estén vivos. Espero que los damnificados de esta
improbable tragedia consigan recomponer sus vidas, y espero sobre todo que no
tengamos que volver a “atar con alambre” alguna cuestión tan peligrosa como es
el suministro de gas, o de luz. Y que las compañías que proveen estos servicios
entiendan que hay cosas que no pueden esperar, y que deberían poder resolverse
con rapidez en lugar de obligar al cliente a buscar otra solución.
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