viernes, 18 de junio de 2010

Permiso para seguir chupándola




Tengo que retractarme, y sobre todo, debo urgente seguir chupándola.

Quiero mucho a Diego, y parece ser que, en el grupo que me rodea, soy el único. Quizás sea que soy más viejo que el resto, y que haya vivido en carne propia su vida, siendo un testigo directo de sus proezas y sus desastres.

Tenía 14 años cuando me hizo llorar en el mundial ’86, y de ahí en más me hizo llorar cada vez que hizo algo, sea algo bueno o malo. Porque el Diego hizo lo que nunca nadie ha hecho ni hará jamás en cuanto a fútbol, huevos y transpiración de camiseta se trata. Lo más parecido (siempre lejano, por supuesto) sería clonar a Carlos Tévez y Lionel Messi, aunque así y todo nos quedaríamos cortos, no me imagino a Carlitos Téves jugar con las patas destrozadas como lo hizo Diego en el ’86 y ’90, y eso que Carlitos es un tractor. Como tampoco imagino a Lionel Messi poniéndose el equipo en la mochila para enfrentar lo que mierda sea, a pesar de su increíble talento, único hoy por hoy en el mundo.

Precisamente por eso descarto cualquier comparación entre Diego, el imbécil de Pelé, o cualquier otra gloria futbolística que haya pisado una cancha en estos cien años de fútbol. No habrá nunca nadie como él, como tampoco nunca jamás nadie ha habido. Punto.

Luego de dos mundiales absolutamente infartantes y emotivos, vino la desazón del ’94, la bronca que quemaba dentro de cada uno de nosotros, la impotencia de sabernos dueños de ése mundial, tirado a la basura por un pichín contaminado. Como también vinieron después todos los desaciertos de Diego en todo lo que hizo (usted lo hubiera hecho aún peor, se lo aseguro), y pasamos de idolatrarlo a tenerle lástima, a odiarlo, a defenestrarlo en cuanta oportunidad, por más liviana que sea, hayamos tenido. Y Diego a defenderse, y a drogarse aún más y a destruir su vida (usted en el lugar de él ya hubiera muerto, se lo aseguro).

Un día escucho por la radio que, finalmente, Diego sería el técnico de la selección. La sensación de argentinidad al palo que tuve me quemaba en el pecho, hasta incluso se me cayeron otro par de lágrimas (y ya van miles de ellas). Y Diego comenzó a dirigir al seleccionado y a demostrar que no sólo no estaba preparado para tamaña empresa, sino que, aparte, con su personalidad, hacía que aquello se transforme en lo que fue, una época de incertidumbre, enojo e impotencia.

Y me enojé. Y lo puteé. Y él no colaboraba en lo más mínimo con su actitud deleznable. Fue bien maradoniana la cosa, enojándose, puteando a medio mundo, mirando de arriba, sobrador. Un verdadero desastre. Y seguí incrementando mi enojo hacia Diego, porque ¿quién es Diego sino nuestro alter ego? Nos hubiera gustado mucho ser Diego, y sabemos dentro nuestro, por más que no lo reconozcamos, que sólo Diego pudo superar ser Diego, nosotros hubiéramos muerto en el intento, se lo aseguro.

Y nos fuimos al mundial con un grupo de jugadores cuestionados, como siempre, aunque en este caso aún más por haberlos elegido Diego. Y llegamos a Sudáfrica con terrible palo en el culo, sabiendo dentro nuestro que si pasábamos a 8vos, era de puro ojete.

Y arrancamos mirando el partido contra Nigeria con esa actitud (que en realidad es un enojo hacia las decisiones de Diego de seguir destrozando lo que había hecho con su vida) ¿Qué necesidad tiene de mandarse tremenda cagada? ¿Para qué carajos quiere que olvidemos lo que hizo?.

El partido contra Nigeria fue un asco, 7 minutos de increíble fútbol y después, a pasarse la pelota como muñequitos de metegól. Me dio mucha bronca, y sentí lo mismo que venía sintiendo hacía varios mundiales de nuestros jugadores, añorando a Diego. ¡Encima ahora Diego estaba!, y esa era la peor bronca: No es tan emocionante ser argentino al fin y al cabo...

Pero comencé a verlo a Diego, a observarlo. Estaba más flaco, con barba y traje, con un rosario en la mano, distendido, serio. Un señor. No lo podía creer, debo reconocer que me dio orgullo verlo así, que es como lo quisiéramos haber visto siempre pero no pudimos.

Y terminó el partido. Y Diego abrazó a Messi y lo alzó como si fuera su hijo, dándole una confianza y un amor en aquel abrazo, que no creo que Lionel haya tenido jamás. Higuaín jugó muy mal, muy presionado por su debut mundialista, no pegó una. Diego lo dejó, le confió el puesto, y en el 2do partido apareció Higuaín, y sobre el final Diego lo alzó y abrazó como si fuera otro hijo. Y De Michelis se mandó un gran moco, por culpa de las trompetas de mierda esas, que les aseguro: No las van a sacar. De Michelis quedó pulverizado por su error, de ahí en más jugó bien para la mierda, estaba desahuciado. Cuando terminó el partido Diego lo abrazó y lo contuvo, con el amor de un padre a un tercer hijo, que acaba de mandarse flor de cagadón.




Entonces me vino otra vez esa sensación orgásmica de argentinidad al palo, que hacía desde el ’90 no sentía. Porque desde Diego que nadie puede arrancar en nosotros una lágrima. Porque es él el que nos saca eso.

Diego tomó esta responsabilidad como sólo Diego lo hace, nosotros no supimos verlo, y lo reventamos como los hijos de puta desagradecidos que somos.

Estoy muy contento con el presente de Diego, me hace llorar nuevamente con sus acciones. Y la verdad, me importa tres carajos ganar el mundial. Esta vez sí si perdemos no es por nuestra culpa. Estamos a años luz de ventaja de cualquier equipo que esté jugando este mundial, pero no por calidad de juego, porque hay un padre enamorado de sus hijos que los apoya, los contiene, los protege y los defiende como nunca jamás ha habido en una relación así entre jugador > técnico.



Te quiero mucho Diego, y perdoname. Me hiciste volver a creer que ser argentino vale la pena.

Y me hiciste volver a llorar.

2 comentarios:

  1. como dice Galeano, la exitoina es una de las peores drogas...
    peor que la cocaina, la heroina y cuanta mierda uno pueda imaginar; y Diego fue presa de la mayor dosis de exitoina que cualquier otra figura en el mundo. Es verdad, otro en su lugar ya estaría muerto, o por lo menos lobotomizado.
    Pero el tipo ahí está. Asumiendo tamaña labor, sobre la cual todos somos expertos, pero no tenemos las bolitas ni a la milesima del tamaño necesario para tomar el toro por las astas.
    Yo lo aplaudo hasta que se me lastimen las manos, y despues lo sigo aplaudiendo con los pies.

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