miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad llegó





Bien, amigos, está terminando este 2014. ¿Quién lo hubiera dicho? ¡2014! Ya parezco un viejo no creyéndome el año que curso.

Termina un año difícil. La inflación destruyó los billetes. Muchos hemos dejado de hacer cosas que antes hacíamos como si nada mientras Cristina aduce que esto ocurre por la crisis global que hay en el globo que nos engloba en esta era globalizada. Es cierto que hay una crisis global en el globalizado globo, de esas que hace rato no se veían, pero la verdad es que no sé si es tan así.

En una entrevista de 1971, un jovencísimo pero muy despierto y nostradamusiano Roger Waters anunciaba que la plata un día se iba a acabar, y que para ello no faltaban 14 generaciones. Nosotros mismos lo íbamos a padecer, aquellos que estuviésemos vivos y fuésemos jóvenes en 1971 veríamos con nuestros propios ojos el fin de la era monetaria.

Y aquí estamos, ¿Roger tenía razón cuando decía esto? Claramente no. Tanto él como sus amigos de Pink Floyd llegarán a ver crecer las margaritas desde abajo con los bolsillos chorreando fajos de dólares, y sus hijos también. El tema es cuando hablamos de simples boludos como usted o como yo, esos seres comunardos que habitamos esta Tierra que terminamos en esta ineludible realidad que nos tiene hace años (sí, años) viviendo el día a día como vendedores ambulantes o buscavidas, ilusionados hasta el sesgo con encontrar la forma de salir rajando de nuestros problemas cotidianos sin conseguirlo.

En lo que a mí respecta, debo brindar por un 2014 que se va en donde finalmente y luego de 25 largos años de espera pude poner en marcha junto con mi hermana ese proyecto que siempre quedaba trunco por la mochila familiar. Y a pesar de que el nuevo horizonte debería haberse enfocado hace al menos una década y habiendo empezado tan pero tan tarde, hoy puedo ver los brotecitos de aquello que sembré anhelando algún día comer sus frutos. Falta. Falta un montón. Pero ahí están los brotes. Ya se pueden ver, y eso me llena de orgullo y alegría. Y no me puedo quejar.

Luego, nuestro terco ispa, siempre errante, siempre torcido, continuamente manoseado. Cristina está terminando su segundo mandato. Nunca, en toda la historia de mi familia desde la época de mis bisabuelos, sufrimos tan largo período de vacas flacas. Jamás. Ni mi bisabuelo materno sastre, de quien mi vieja cuenta siempre que tuvo que comprar la casa donde vivieron dos veces por culpa de Frondizi -yo no le digo nada, para no pelear, pero la pudo volver a comprar. Llego a perder mi departamento en la actualidad y no podría siquiera pagar un alquiler, ni hablar de sacar un crédito para recuperar mi casa y comprarla dos veces-. O en la época de los milicos, que a mi padre le expropiaron un campito porque debajo de su tierra tenía petróleo. O con Alfonsín, que mi viejo compró un departamento en cuotas y la última tenía tantos pero tantos ceros que no entraban en la boletita de pago. Me acuerdo cuando la pagó, yo tenía 14 años,  llegó del banco y puso el tema de las Walkirias al recontra taco en el equipo y se puso medio en pedo. Jamás lo vi ni mareado, y esa vez se había quitado una mochila de encima que lo hizo enloquecer más de lo normal. Ni siquiera en la época de Menem, cuando mi padre se fundió minutos después que el Carlos diera el visto bueno y dejara entrar colectivos interurbanos importados de Brasil haciendo quebrar de inmediato a todas las fábricas carroceras nacionales, principales clientas del negocio familiar.

Pero siempre de alguna manera pudimos salir de esos bretes, porque siempre hubo trabajo, y de alguna forma siempre nos mantuvimos ocupados cortando tela para un traje nuevo (mi bisabuelo Santo), vendiendo telas como viajante por los pueblos del norte (mi abuelo Héctor), fabricando preservativos (mi abuelo Juan), vendiendo aluminio (mi abuelo Juan, mi padre), curvando aluminio (yo), fabricando aberturas (mi hermana y yo). Y los caminos se bifurcan y la vida continúa y el sol sale para todos y el abanico siempre fue muy variopinto, solo había que trabajar y buscar oportunidades, y eso era todo. Y el trabajo venía solo.

Y la verdad es que la época de Cristina me pulverizó. Con Néstor llegué a mudarme a mi departamento propio con la casa por la mitad y la ilusión de terminar los detallitos con lo que me ahorraría de alquiler. Me costó pocos meses agradecer estar en una casa donde no tendría que pagarlo, y al día de hoy, siete años después, el baño sigue por la mitad como cuando me mudé, y mis ingresos se fueron devaluando sistemáticamente hasta mi realidad actual, en donde si le pago a la niñera que cuida a Alba no puedo mantener el auto.

Termina el mandato de Cristina. Este es el último año y mi desaliento es fenomenal. Pero como dice mi mujer: “A mi cualquier colectivo me deja bien en El Desaliento”, soy muy de desalentarme, muy pesimista. No me culpo. Me han pasado tantas cosas “evitables” durante mi vida que vivo con los ojos crispados, mirando allá delante, intentando con desesperación no pisar las mismas piedras del pasado, que siempre vuelven, y siempre están ahí.

Mi relación con Cristina fue difícil. Al principio le tenía un fuerte rechazo. He perdido amistades por discutir sobre los Kirchner. Luego, los distintos cambios que atacaron sin titubear me hicieron respetarlos y esperar, no podía siquiera levantar mi mano de reclamo habiendo tantos que esperaban desde tanto tiempo antes. Incluso por un pequeño instante me sentí bastante atraído con el gobierno, justo antes de su segundo mandato. Y a pesar de que no la estaba pasando bien y que hacía rato que mi situación económica estaba postergada, decidí hacer a un lado ese detallito, y acompañarlos.

Hoy, Cristina está más devaluada que nunca. Su gobierno está dormido y en piloto automático, su rumbo económico perdió el foco, su ira hacia la oposición terminó de dividir a todo el mundo y los hechos de corrupción no tienen nada que envidiarle a la época menemista.
Pero lo que más me desalienta, lo que me tiene verdaderamente preocupado y sin dormir no es solo que hace siete años que espero termine esta largo período de vacas flacas que ni mi padre ni mis abuelos siquiera padecieron o imaginaron. Lo que más me perturba es que no tenemos a quien votar. Que las opciones son: seguir este modelo altanero y embichado que solo promueve los planes trabajar sin atender al resto de la población no rica que continuará esperando y esperando, o votar al mamarracho de Massa, que se pasó el año entero demostrándonos con gran talento lo inútil que es, lo manejado por los medios que está y lo tremendamente fácil de convencer que es hasta por el patético asesor de imagen que le ubicaron. O Scioli, quien nos ha demostrado con tesón que lo único que quiere es llegar a presidente, sea como sea y sin importar nada de lo que le ocurra en el camino, bosquejándonos con trazo de apasionado paisajista lo boludo y manejable que sería un período con él al poder. O Macri, de quien no podría ponerme a enumerar sus defectos o sus corridos ideales de patriotismo, rodeado por un equipo de inútiles de doble apellido que no tienen puta idea de lo que es pasar hambre o lo que hay que hacer para sacar el país adelante.

Así que no sé qué va a pasar con nosotros, quién nos gobernará y si algún día saldremos de este período de vacas flacas al que ya habría con señalar como período de vacas famélicas.

Lo que sí sé es que los Kirchner nos cambiaron la vida, y que hoy no somos ni remotamente aquellos que fuimos, y que tuvimos que afilar el cuchillo mucho más de la cuenta.

¿Hoy somos mejores personas? Sin dudas. Si tuviésemos que correr una carrera con algún otro desesperado de otra parte del globo globalizado lo dejaríamos tirado en el piso antes de largar, confundido sin saber qué fue ese viento que lo volteó.

Y no sé si Roger Waters tenía razón en aquella entrevista de comienzos de los setentas, pero prefiero creer que sí.

En este 2015 elijo convencerme de que realmente la era monetaria está acabando y que tendremos que enfocar nuestros futuros gastos y prioridades de otra manera, porque la plata no viene más, y la que tenemos no sirve para nada. Y ni Cristina, ni mucho menos Macri, Scioli o el imbécil de Massa podrán dar vuelta una situación que está aferrada a nuestra idiosincrasia como caprichosa y glotona garrapata. Así que cuiden el mango, no se metan en deudas innecesarias y vayan despacito, que esto no termina ni remotamente cuando Cristina deje el sillón de Rivadavia.


Feliz navidad para todos y como digo siempre: Pasen estas fiestas bien y solo con quienes merecen su compañía. Hagan un balance. Chúpense un buen Champán o un lindo vino de guarda, y arranquen el 2015 alertas y preparados, que eso que se viene, que está a la vuelta de la esquina, ni siquiera hubiera sido imaginado por Roger Waters, y mucho menos por Nostradamus.

viernes, 9 de mayo de 2014

"Crónica de un jueves variopinto"



12:30 – Amenábar e Italia. Subo al colectivo. Está hasta el glande. Voy al fondo. Es imposible asirse de algún caño. Todo el mundo lo hace. Me apoyo en la baranda de descenso de la última puerta. No cabe un alfiler. Tres cuadras más adelante, un gordo enorme que esta cómodamente sentado, se levanta. Me corro, preguntándole con la mirada si va a bajar ya que mi posición entorpecería su descenso. Me dice que no, y se queda a mi lado, parado en donde no cabe y obstaculizando el paso a quien quisiera sentarse en ese asiento que dejó sin explicación. Se baja en Italia y Rioja, junto con el 60% del pasaje.

13:15 – Biblioteca Municipal. Roca al 700. Camino con mi hija a tomar el colectivo de vuelta. Un pelado completo de edad indefinida, como todo pelado completo, ataviado con un canchero traje color té con leche y zapatos puntiagudos marrón oscuro, de pronto la emprende a las trompadas con otro joven. Ambos son de clase media y se nota que jamás contemplaron la idea de lanzar una piña. Se arañan. Se toman de la cabeza como dos luchadores de Titanes en el Ring. Caen al suelo. Ruedan. Se levantan. Insisten con acabar con sus vidas meta inofensivos empujones. Cruzo de vereda haciéndole chistes a mi hija en brazos, para que no vea ese sonso episodio que solo a ella podría asustar.

13:40 – Ya en el colectivo, entreteniendo a mi hija con el auricular de la radio, una mujer joven enfrente mío llama por celular a ¿un hijo?, le dice que no va a llegar, que saque $5 de ahí, de donde está la biblia, y se vaya a comprar una gaseosa chica y unas galletitas, y que le deje el vuelto ahí, donde está la biblia. Su cara denota hartazgo. La confusión monetaria que lleva en su cabeza lo demuestra. Temo que vaya a hacer algo irreversible, pero ¿qué se hace? ¿Se llama al 911 y se dice qué cosa? No sé qué se hace en estos casos.

16:10 – Colectivo de vuelta. Bastante vacío. A las cuadras sube una mujer. Pide, flameando un billete de cinco pesos, si alguien le paga el boleto, ya que se olvidó la tarjeta. Un pibe que aún no tiene 18 se levanta y con una sonrisa le pasa la tarjeta. Por supuesto que no acepta los cinco pesos.

18:45 – Roca al 800, yendo a ensayar con la guitarra al hombro me pasa por la vereda una moto de la policía, casi enredándose con mi pulover y frena brusco. El policía se baja, aparece otra moto y ya vienen dos más por Rioja. Una vendedora de un local de ropa gitanezca le señala: “enfrente”. Del local señalado sale la vendedora damnificada, corriendo agitada. Un policía le pide que describa al caco, que le diga cómo estaba vestido. La mujer, detallando con minuciosidad aquello que todos sabremos antes de que lo diga, le cuenta que el malviviente iba con ropa de gimnasia, holgada, y que llevaba una gorrita blanca. Me sale, como un provechito, un irónico ¡No! ¿En serio? Una joven que camina a mi lado se ríe y niega con la cabeza. Otra, me mira como si yo fuera una suerte de facho irremediable en lugar de realista.

Viernes – 4:00 AM. Al menos doscientos adolescentes se instalan de pronto en Urquiza y Roca y gritan, celebran estúpidos cánticos y al rato transmutan en zombies que aúllan y pululan por la cuadra como hasta las cinco. Cierro todas las ventanas, pero el barullo se mete por todos lados, es como estar en la cancha de Boca. No me duermo nunca más.

Bah, me duermo a las seis y pico, cuando ya debería haberme levantado. Me despierto a cualquier hora.

Llego a mi trabajo media hora más tarde.

martes, 1 de abril de 2014

Ya que hablamos de vidas.




Anoche me quedé pensando en los dichos de Cristina Fernández de Kirchner sobre el reguero de linchamientos que se suscitó en nuestra ciudad y en otras localidades, pero sobre todo me detuve en la desafortunada frase que eligió sobre “el costo de lo que vale una u otra vida”, porque siempre es lo mismo con nuestra presidente, cuando algo no resiste el más mínimo análisis y así y todo sale a dar inevitables y tergiversadas explicaciones o a manifestar hipócritas cuestiones que la excluyen del problema amparándose en irrisorias cuestiones que generalmente nada tienen que ver con el asunto en cuestión: Un muchacho que, por intentar robar una cartera, terminó finiquitado a patadas en la cabeza e incluso atropellado, aparentemente, por una camioneta blanca de la que todo el mundo habla, que le pasó por encima con el único fin de terminar de rematar su vida.

Y este tipo de noticias son las que impiden a nuestros gobernantes salir airosos de asuntos tan delicados y cotidianos para el resto de los mortales. Cuando en algún punto se va la mano, hay que salir a hablar. No queda otra. Y con esta contagiosa nueva modalidad de linchamiento ciudadano que germinó de pronto, nuestra presidente tuvo que salir por cadena nacional para intentar frenar los linchamientos, y la verdad que no hubiese querido estar en sus zapatos, porque ¿cómo se frenan unos linchamientos? ¿Qué se le dice a la población en estos casos?

Realmente no sé qué se dice, solo sé que  "Cuando alguien siente que su vida para el resto de la sociedad no vale dos pesos, no podemos reclamar que la vida de los demás valga para él más de dos pesos" no es la mejor frase del mundo para intentar aplacar las tensiones ni llevar calma a la población ni evitar más y más pérdidas de vidas.

Este tipo de expresiones no construyen nada positivo, ni para acariciar las sufridas almas de aquellos que piensan que su vida no vale dos pesos, quienes solo continuarán delinquiendo y esta vez con luz verde para matar en cada oportunidad que tengan ya que la presidente en persona les está dando el visto bueno: “Ciuadadanos de vidas baratas que jamás conseguirán una vida digna, vayan a robar, y si tienen que matar…, bueno, háganlo, esa gente a la que les están robando no da dos pesos por sus vidas”. Y por supuesto que tampoco sirve para aquellos que son asaltados, que no tasan, como supone nuestra presidente, la vida de los asaltantes en $2 pero no tienen ni la capacidad ni la obligación de velar por estos cuando no les alcanza el día para cumplir con todas sus obligaciones y así poder pagar todos los impuestos y servicios y cuestiones que la clase media debe afrontar para solventar el mega flujo monetario que necesita el gobierno nacional para poder mantener los planes trabajar de la gran mayoría –no todas- de las familias de estos jóvenes que no consiguen vislumbrar un mundo mejor fuera de la droga y a quienes no les alcanza el dinero que cobran del gobierno para comprarse los estupefacientes que consumen a diario y por ello salen a robar carteras de embarazadas envueltos en cruentos síndromes de abstinencia que les impiden medir sus actos quitándole la vida a quienes eligen a dedo por la calle.

Y no se podría siquiera debatir o buscar excusas sobre lo que ocurrió el otro día en Barrio Azcuénaga, porque la vida de Moreyra vale lo mismo que la vida de la joven embarazada asaltada -aunque en este caso valdría solo la mitad ya que la joven llevaba una vida dentro de la suya propia- Dos vidas contra una. Vidas, simplemente. Vidas que merecen ser vividas.

Hay todo tipo de vidas. Hay vidas que se viven de principio a fin en la miseria más escalofriante. Hay vidas que comienzan en pobrezas inauditas y terminan colmadas de riquezas. Hay vidas colmadas de riquezas que se sienten vacías y comprarían a costo de abandonar todas sus pertenencias una vida plena de amor. Hay vidas, como vi el otro día, que de muy niñitas son obligadas a vender pañuelitos y curitas en la peatonal Córdoba, forzadas por la vida de una mujer gorda en la madurez de su vida que, cuando vio a una de sus viditas esclavas de cinco años sentarse en un umbral para descansar, la sacó de una oreja basureándola e insultándola a más no poder mientras mi propia vida iba caminado detrás de la suya llevando a upa la vida de mi hija más chica, recién estrenada, haciendo que advirtiera con pesar e impotencia que aquella pobre vida de esa niñita no conocería jamás la niñez que por derecho le correspondería experimentar, como a toda vida, mientras los oficiales de la GUM expulsan manteros en lugar de controlar este atropello y explotación infantil tan a plena luz del día. También hay vidas como la de nuestra presidente, que viven en una necesaria burbuja que protege su vida de todo tipo de peligros. Como las vidas de los millonarios que salen en la revista Caras, que no tienen siquiera que preocuparse por quedar expuestos delante de la vida de un asaltante ya que sus autos están blindados contra este tipo de peligrosas vidas dando máxima seguridad a las suyas. Y por supuesto que hay vidas laburantes, que fueron bajando escalones desde la época de De la Rúa hasta la actualidad de manera sostenida y que, habiendo pasado tanto tiempo de 2001 a esta parte, ya no recuerdan esa vida que vivían sin los sobresaltos actuales atravesando tantas épocas y gobiernos de los más variados colores políticos.

Y esas vidas laburantes son las que hoy no llegan a pagar todo lo que el gobierno les exprime, las que sienten una profunda injusticia por lo que les toca en esta “repartición de responsabilidades”, las que no pueden ahorrar unos pocos pesos por mes para eventualidades y se acuestan a la noche anhelando que no se les rompa el auto ni les traiga ningún dolor de cabeza, o que la casa donde vive no tenga ninguna falla edilicia ya que estas vidas se pasan las semanas enteras, desde hace muchos años, trabajando para pagar servicios y quedándose con muy pocos pesos para pasar el fin de semana, aunque aparentemente por lo que dicen Kicillof y Cristina no es por el desmanejo económico nacional sino por culpa de cómo está el globalizado mundo entero.

Vidas laburantes que recuerdan tiempos mejores en donde hace poco más de diez años podían salir a comer afuera, o ir al cine; que cambiaban el auto cada cinco o siete años, que se iban de vacaciones y hacían funcionar la economía del país, tan estancada desde hace años precisamente por estas vidas de clase media, que hoy están atadas a sus pocas y desvencijadas pertenencias mientras caminan sus vidas con gran cautela de no cometer un solo error, ya que no tendrían cómo remediarlo.

Y esas vidas de clase media son la que hoy, desde hace años, ven cómo en un instante un chico de 18 años sin amor por su propia vida y completamente delirado de drogas, puede agarrarte en la calle, ponerte un chumbo en la sien y pedirte, a cambio de tu vida o la de tu familia, el celular, la billetera o las zapatillas… Con los ojos salidos de las cuencas, casi escapándoseles de la vida y en un estado de euforia que ni su propia vida, si cobrase vida, concebiría.

Y ahí es donde salta el temor a lo irremediable, el pánico a la fugacidad. Porque esas vidas laburantes saben que algún día les puede pasar lo que ven a diario en las noticias. Y se pasan la vida preguntándose ¿y si ahora me toca a mí? ¿Y si hoy perdiera la vida? Y de inmediato, mientras caminan por la calle hacia el trabajo, hacen un raconto de sus inmediatas pertenencias: Un celular. Las llaves de casa. La billetera con la tarjeta de crédito y $50. Y saben perfectamente que no arreglarán a ningún malviviente con $50. Y este tipo de vida laburante sabe que el día que una de esas descarriadas y no incluidas vidas la encañone, no creerá que solo tiene $50 en la billetera. Y el momento es fugaz, no hay tiempo para demostrar nada ni para explicar los difíciles momentos económicos que está atravesando desde años atrás en su vida. Y el tiro es inminente. Y apaga una vida.

Y del otro lado, la vida del que asalta, desesperada por haber elegido mal a su víctima, no puede admitir el magro trofeo recibido y tiene dos alternativas: o sale corriendo, o dispara y sale corriendo. Y hoy por hoy, luego de todo lo que hemos visto en las noticias, es un hecho que la vida de cualquier laburante vale dos pesos para cualquier malviviente, quien elegirá quitar la vida y correr por sobre cualquier otra opción menos costosa.

Y eso es lo que ocurrió el otro día en el Barrio Azcuénaga, un grupo inexacto de vidas que jamás hubiesen imaginado que quitarían una vida y que viene rumiando estos enojos y pensamientos desde hace muchos, muchos años, vio a una joven vida con una vida en su vientre forcejeando con un par de malvivientes y, como atacados por un cruento síndrome de abstinencia parecido al de la droga pero inflada de exagerada e infundada justicia divina, destrozaron a patadas la vida de David Moreyra, saltaron encima de su vida y pisaron su cabeza con el solo fin de terminar con su vida. Como cuando uno entra en una habitación sin advertir que en su interior hay una serpiente venenosa que, en caso de morderte, acabaría con tu vida, así que lo mejor es pisarle la cabeza y terminar con la suya primero, porque no hay tiempo que perder, está tu vida en juego.

Espero que nuestra presidente sea más cautelosa en su vida y de ahora en más mida mejor las palabras que utiliza, que sean menos hipócritas. Porque son nuestras vidas las que están en juego. Todas. La vida de David Moreyra y la de su asaltada, por igual.

Hoy nadie podría afirmar que David Moreyra habría terminado con la vida de su víctima ya que fue él quien acabó sin vida.

Quizás lo mejor sería que nuestra presidente, en lugar de salir a hacer esas exclamaciones sobre el supuesto de lo que cuesta o no una vida, intentara construir un país en donde todas las vidas sientan orgullo y ansias de ser vividas, porque este tipo de exclamaciones incongruentes dignas de todo presidente que no tiene forma de explicar lo sucedido, sólo entierran a quien las exclama, embarrándolo y untándolo por completo en su propio fango.


lunes, 17 de marzo de 2014

Carta Abierta a nuestra querida intendenta.





Querida Mónica,


El domingo pasado a la mañana, a eso de las ocho, salí a pasear a mis perras por la zona de la Isla de los Inventos. Vivo en Roca y Urquiza y el paseo hasta el parque no demora más de cinco minutos.

El primer episodio inadmisible que sufrí fue en Roca y Catamarca, un Renault Clío blanco conducido por un joven de alrededor de 25 años (que iba extrañamente solo), de pronto comenzó a tocar la bocina como si estuviese festejando un gol, sin excusa aparente, molestando a toda la cuadra que, al ser domingo, seguro aún dormía. Dobló en Salta, a los resantos pedos, y se perdió de vista.

Luego, al llegar a Illía y ya caminando por ese último sendero que lleva a la zona de Flora, al baño público y a las mesitas esas de cemento, un VW Bora nuevo arremetió por esa calma calle arando y quemando los neumáticos, calculo que vendría a unos 80 kilómetros/hora.

Me di vuelta, asustado. A mi lado, un repartidor de hielo y su empleado sufrieron el mismo espanto y también se sobresaltaron. Casi nos atropella.

El joven, al vernos espantados, lejos de pedir disculpas y con un rostro que claramente denotaba exceso de alcohol y drogas –y no digo esto desde la ignorancia o la exageración, tenía claramente la mirada estrábica, estaba muy colorado, muy transpirado a pesar del frío matinal que reinaba y se babeaba un poco-, se dio cuenta de mi expresión y me preguntó, envalentonado, si yo tenía algún problema. Le dije que no, que el que tenía un problema era él, que yo solo caminaba y no ponía a nadie en peligro con mi andar, a lo que me contestó: “Andá a laburar, pelotudo”, y se fue arando nuevamente a encontrarse con sus amigos, que lo esperaban 50 metros más adelante, cerca de donde están los vagones reliquia, seguramente para seguir enfiestándose.

Seguí mi circuito con las perras hasta Río Mío y luego, al volver hacia Roca, me encontré con una inspectora de tránsito que ya se disponía a dar directivas en su labor de cortar el tránsito para dar inicio a la calle recreativa, así que me acerqué a ella y le señalé el auto, que aún se encontraba estacionado al lado de una chata blanca. Se los marqué con el dedo. Los jóvenes estaban sentados en unos bancos cerca de sus vehículos. Estaríamos a 60 metros.

La inspectora de tránsito escuchó mis reclamos y me dijo que sí, que eran “esos pibes de siempre”, a lo que le dije “Bueno, ahí los tenés, son todos tuyos”, pero me dijo que ella no podía hacer nada, que hasta que no viniese un superior (¿?) ella no podía hacer nada.

Esto me hizo indignar mucho y le manifesté, encolerizado, que no me podía estar diciendo lo que me decía, que claramente tenía un caso fácil de accionar ya que desde el episodio en donde casi me atropella hasta el momento en que le hice la denuncia no habían pasado ni 10 minutos, por lo que el joven aún se encontraría bajo los efectos de lo que fuere hubiese consumido y que solo había que llamar a la policía, acercarse hasta el lugar, impedirle que volviese a subir al vehículo y, una vez hecho el control de alcoholemia, multarlo, enviar el auto al corralón, llamar a sus papis, detenerlo o lo que fuere.

Pero la mujer continuó diciéndome que ella no podía hacer nada y que si tenía problemas, que fuera yo quien llamase a la policía.

Yo no tenía mi celular encima porque hay mucha inseguridad en la zona donde vivo y salgo sin nada, con las llaves nomás, así que me fui, desconcertado y harto de resignarme, porque al final no entiendo cuál es el propósito de pagar sueldos a inspectores de tránsito, ¿cuál es su verdadero rol en la ciudad?, porque solo los veo mandando mensajitos en alguna obra en construcción haciendo changas extra, colaborando en la calle recreativa o multando padres que estacionan en doble fila en los colegios de sus hijos porque no consiguen, como ustedes dicen tan alegremente porque se nota que no llevan chicos a la escuela: LUGAR PARA ESTACIONAR NI SIQUIERA A 10 CUADRAS A LA REDONDA DEL COLEGIO.

Te digo esto porque luego del nuevo dictamen en donde aseguran que este año no se podrá estacionar en ninguna escuela ni siquiera sobre el cordón de la vereda, tomé la determinación –y sobre todo para no volver a pelearme con un inspector de tránsito luego de aquella vez, el año pasado, que llegaron al colegio de mis hijas uno en moto y el otro en auto, el del auto “mal estacionó” en la ochava y se puso a hacer multas, y el de la moto venía con el casco en el codo como precisamente está prohibido circular y también, dejó la moto en la vereda y se puso a librar actas como quien reparte caramelos- que decidí, decía, no usar más mi vehículo salvo en casos de lluvia, vida o muerte. Y mi trabajo está a 50 cuadras de mi casa y el colegio de mis hijas a 40, no a 10 o a 15, pero prefiero levantarme una hora antes e ir a trabajar caminando y salir del trabajo 40 minutos antes para ir a buscar al mediodía a mis hijas a volver a padecer una de estas indignantes injusticias que padecemos los tipos de 40 y 50 años que debemos movernos por la ciudad en auto, que somos quienes, con nuestros impuestos, pagamos los sueldos de los inspectores de tránsito, y que somos los más perjudicados con multas y continuas nuevas prohibiciones de circulación.

Rosario, en el centro, es tierra de nadie. El bar de Roca entre Santa Fe y Córdoba, mano impar, (donde el otro día fue a bailar ese chico que balearon en Villa Gobernador Gálvez) es un sembradío de narcos, faloperos, pisteros, motoqueros sin escape y borrachos que, a las 5 de la mañana de los jueves, viernes, sábados y domingos, sueltan a la calle como si fuesen galgos en una carrera de perros desquiciados que salen a los gritos, a los tiros y a los botellazos. Se corren. Se putean. Se aparean en la vereda. Rompen vidrieras. Accionan alarmas que luego nadie apaga. Se cascotean. Se lamentan. Gritan. Se recriminan inconveniencias. Aúllan. Se llaman a los gritos de una esquina a la otra, cantan canciones de fútbol, etcétera. Y todos estos días que te marco, en casa, entre las cinco y las siete de la mañana, no se puede dormir. Ni mi mujer, ni mi hija de un año ni yo. Con mi mujer nos quedamos mirando el techo, esperando a que pase “el temblor”, mi hija llora, me tengo que levantar a hacerle una mamadera. Todos los jueves. Todos los viernes. Todos los sábados. Todos los domingos.

Entonces, me pregunto:

¿Por qué motivo los tipos de 40 y 50 años que salimos a trabajar, que llevamos hijos a la escuela y que somos el músculo de la ciudad tenemos tantos pero tantos nuevos impedimentos para circular con nuestros vehículos por una supuesta “mejor calidad de vida” o para “evitar accidentes” y los jóvenes descabezados de nuestra querida ciudad tienen vía libre para falopearse, chuparse, cagarse a tiros en medio de la vía pública y volverse a sus casas a que se les pase la borrachera y nadie nunca hace nada de nada por frenarlos o prohibirlos?

¿Qué deberemos hacer aquellos que trabajamos, pagamos los impuestos y manejamos un auto con adolescentes y niños cuando escuchamos que en el Consejo se reunieron para aprobar esta nueva ley que prohíbe estacionar en las veredas escolares de la ciudad en lugar de dedicarse día y noche a intentar terminar con la guerra narco y con los pelotudos insalvables que destrozan cada una de las madrugadas céntricas con la impunidad de un presidente de facto?

Al final, el pibe del VW Bora tenía razón cuando me dijo “Andá a trabajar, pelotudo”, porque eso es lo que soy, un flor de pelotudo.

En fin, me voy a laburar. Te mando un cariño,

Juan Pablo Scaiola.

jueves, 6 de febrero de 2014

Incendio en Barracas






Ayer a las 9 de la mañana, un grupo de Bomberos Zapadores de Buenos Aires acudieron a Azara 1245, en Barracas, para apagar el incendio que hacía minutos había comenzado dentro de las instalaciones de Iron Mountain, una corporación norteamericana dedicada a brindar servicios de reducción de costos en resguardo de documentación importante, protección de archivos y destrucción total de documentos y datos de grandes compañías asegurando la excelencia de cualquiera de estos servicios antes mencionados, incluso el de la destrucción de aquellos documentos otrora guardados con celo y contradicción. Usted puede ver con sus propios ojos de lo que hablo con solo cliquear esta dirección, donde un video alienta a quien fuese dueño de una mega compañía corporativa llena de papeleo que debe ser resguardado como también del otro papeleo, del que debe ser eliminado, que no hay otra empresa mejor calificada para brindar este tipo de servicios que la inefable Iron Mountain:


En el video, más o menos por la mitad, usted puede ver con qué fruición Iron Mountain nos refriega en nuestras caras lo bien preparados que están a la hora de proteger nuestros documentos del fuego para, instantes más tarde, mostrarnos con gran orgullo lo expertos que son a la hora de encomiarse a destruir documentos para que nada de lo que ocurrió en su compañía pueda ser develado.



Entonces, decía; ayer, a las 9 de la mañana, Carlos Veliz, Sebastián Campos, Maximiliano Martínez, Anahí Garnica, José Luís Méndez, Pedro Barícola, Leonardo Day, Eduardo Conesa y Juan Monticelli, junto con otros compañeros a los que en ese momento no les llegaría la hora, intentaban ingresar al galpón de Azara 1245 cuando fueron aplastados sin más y en un desesperado instante por un paredón inmenso que, como si fuese un castillo de naipes, se acostó de pronto encima de ellos al perder el equilibrio cuando el techo comenzó suavemente y en silencio a empujarlo hacia afuera.

Y murieron, todos aplastados.





Si uno ve las fotos, puede tener una referencia bastante impactante del espesor de la pared que les cayó encima. No era una pared de 15, ni siquiera era de 30. Era una pared de esas con las que se construían los galpones de principios del siglo pasado, que seguramente mediría 60 centímetros de grueso. Y no hubo forma de evitar la masacre. Los nueve murieron de inmediato, sin tiempo a darse cuenta lo que había ocurrido.

Nueve personas dispuestas a todo, nueve bomberos que dedicaban su vida a salvar otras se encontraban intentando ingresar al galpón encendido en donde no había un alma que rescatar, solo papeles incandescentes y fierros retorcidos y a punto de hervor. Y la  labor del bombero es apagar el fuego, porque de lo contrario las llamas pueden tomar las casas linderas y propagarse sin más.

Deben acudir. Deben ingresar. Deben apagar el incendio.

Un incendio que, si uno vuelve a ver el video institucional de la empresa Iron Mountain, no puede más que preguntarse entonces cómo puede haber acontecido siendo Iron Mountain una corporación norteamericana dedicada precisamente y entre otras cosas a la protección del fuego de documentos de otras corporaciones norteamericanas.



Así que espero realmente que esos cuatro empleados que están declarando en este momento expliquen con gran detalle cómo fue que ninguno de los dispositivos de seguridad que debían velar por los importantes documentos que almacenaban se activó, como también explicar cómo puede haber ocurrido que nadie haya siquiera tomado uno de los cientos de matafuegos que cuelgan de las columnas internas del lugar, que claramente se advierten en las fotos, y cómo puede haber acontecido que el fuego se haya propagada de tal forma que la cabreada comenzara a dilatarse empujando hacia afuera las enormes paredes que rodeaban el lugar, que cayeron con firmeza sobre nueve bomberos que deberían haber estado socorriendo gente en otros siniestros en lugar de haber estado intentando ingresar dentro de un lugar lleno de chanchullos documentados que, oh por dios santo, qué terrible mala suerte, acababan de transformarse en cenizas para no poder servir como prueba para demostrar esto, aquello u lo otro en un futuro cercano.

Y ¿la verdad? Estoy un poco indignado y triste. Porque sé que nada de lo que declaren estos cuatro empleados servirá para nada. Sé, casi como una suerte de poderoso mentalista, que si en algún momento se descubre que hubo un error o que el incendio fue premeditado, seguramente Iron Mountain tendrá la manera de demostrar que lo que ocurrió en realidad fue que un empleado desleal fue el responsable de lo acontecido o fue un loco pirómano que justo entró en la hora del desayuno y roció todo con nafta para prenderlo y huir por una puerta del fondo.



Porque nada cambia, porque hemos sido testigos de situaciones parecidas, como en el caso de la masacre de Once, donde ya se tiene alguna certeza de que en realidad no fue que el tren no frenó porque era un viejo exocet oxidado y sin frenos sino que el responsable fue el maquinista, quien había tenido un episodio de epilepsia mientras mandaba mensajitos por teléfono y tomaba vino del pico…

Esperemos que se sepa la verdad de lo que ocurrió en este incendio tan evitable dentro de una corporación preparada hasta la médula para atacar incendios.



Los familiares de las nuevas nueve víctimas merecen saber la verdad.


Y nosotros también.

miércoles, 29 de enero de 2014

Dermaglós - Pantalla Total



Hace un mes atrás mi hija más chica, que tiene 11 meses, volvió de su día de pile y club con todo el pecho lleno de granitos. Y la nuca también, llena de granitos. Y los brazos.
No entendíamos qué podría ser, lo único que habíamos hecho distinto era que acabábamos de cambiar el protector solar porque la doctora nos dijo que el que usábamos (factor 60) no era suficiente, que teníamos que comprarle alguno de “pantalla total” y que el Dermaglós factor 70 iría bien así que, corazonada o instinto de padres, cuando retornamos al club le volvimos a poner aquel que no gustaba a la doctora sin consultarla. Son esas cosas que hacemos los padres que no sabemos por qué las hacemos pero que generalmente dan en la tecla. Y tal cual, la nena volvió a su estado dérmico normal, y se le fue el sarpullido.
Pero luego, a los pocos días, nos enteramos de la terrible noticia:
Retiran del mercado protector factor 70 de Dermaglós por reportes de alergias y dermatitis en bebés y niños
Y ¿la verdad?, me dio un poco de miedo. Tanto hace que hablamos y debatimos entre amigos o en todo tipo de reuniones sobre el flagelo de la medicina moderna, en donde somos víctimas y rehenes de un sistema que nos exprime el 30 % de nuestros ingresos para condenarnos a formar parte de una cadena en donde tenemos la certeza de que, en caso de que algún día nos pase algo, estaremos a la buena de Dios porque seguro que nuestro plan no cubrirá tal o cual cosa haciendo que nos levantemos prácticamente todas las mañanas cuestionándonos para qué pagamos obra social si todo el tiempo escuchamos que a tal le pasó esto y a cuál le sucedió lo otro hundidos en la más implacable impotencia  sobre todas las injusticias que padecemos a diario.
Pero que una noticia como esta haya salido así, de frente manteca, a chantarnos que Dermaglós retira del mercado un producto que afectó a tu bebé…, es un poco demasiado.
Porque uno sabe casi con pruebas que en los laboratorios estos fabrican todo tipo de cosas que generan dependencia o que conocen la luz gracias a alguna coima o que riegan el mercado luego de una poderosa ley arreglada que nos obliga a consumirlas. Y da mucha bronca eso. Da impotencia.
Uno siente que es una vaca. Una vaca en el matadero. Y hace rato que sentimos eso, no hace falta que Dermaglós retire del mercado un producto que, a pesar de que funcionó muy bien en las pruebas previas a su salida al mercado -y de las que jamás sabremos qué tipo de pruebas soportó y sobre qué superficie-, produjo reacciones adversas en la población. El problema es que, cuando esto le sucede a un hijo nuestro tan chiquito, en donde uno abraza la ilusión de imaginar que vivirá en ese mundo nuevo en donde las corporaciones farmacéuticas ya no existan y cada uno pueda sanar sus pesares a la vieja usanza, es ahí donde la trompada certera de la realidad nos muestra con gran expedición que nada cambiará, que seguiremos siendo vacas en el matadero y que si acaso alguna duda había florecido en nuestra cabeza, acá está el claro ejemplo de que no. Que todo seguirá igual.
Entonces me pregunto, y sé que no encontraré respuesta:
¿Qué nueva formulación de filtros utilizó Andrómaco para el lanzamiento del nuevo protector solar Dermaglós Factor 70 que tan bien funcionó en las pruebas y que luego, en la piel nuevita de nuestros nuevitos bebés produjo esos trastornos?
¿Qué superficie utilizó Andrómaco para untar el nuevo protector solar y determinar entonces que el producto no afectaría la nuevita piel de nuestros nuevitos bebés?
¿Quién fue el responsable de dichas pruebas?
¿Quién es el inspector del ANMAT que dio el visto bueno para que las farmacias del país recibieran el nuevo protector solar?
Ésta erupción que contrajo mi hija de 11 meses, ¿es el único síntoma que habrá tenido o tendrá alguna secuela extraña en algún momento por haber consumido este protector solar que Andrómaco asegura que pasó todas las pruebas pero que no nos cuenta cuáles fueron?
¿Andrómaco saldrá a dar explicaciones o se quedará en silencio?
¿El gobierno obligará a Andrómaco a que dé explicaciones o no se meterá en el tema?

No me gusta pagar mi obra social. Todos los años voy al médico 2 o 3 veces y pago 13.000 pesos por ello para que cuando sea viejo y tenga alguna enfermedad concreta la prepaga no me cubra el medicamento por algún artilugio pergeñado con atinada inteligencia en el bufete de abogados que las defienden de nosotros, quienes les damos de comer, y así entonces no brindarme el servicio por el que pagué toda mi vida.

La salud debería ser gratuita. Las corporaciones farmacéuticas deberían desaparecer.
Vivimos atados a una máquina que reparte elementos que nos aseguran soluciones que ni siquiera sabemos de dónde provienen, quiénes son aquellos que los construyen y quién es el inspector de turno que aprueba estos productos.
Me gustaría que Andrómaco explicara con lujo de detalles lo que ocurrió con su protector solar.

La piel de mi hija y de sus hijos está en juego.

Se pueden juntar firmas para resolver este asunto en: