viernes, 9 de mayo de 2014

"Crónica de un jueves variopinto"



12:30 – Amenábar e Italia. Subo al colectivo. Está hasta el glande. Voy al fondo. Es imposible asirse de algún caño. Todo el mundo lo hace. Me apoyo en la baranda de descenso de la última puerta. No cabe un alfiler. Tres cuadras más adelante, un gordo enorme que esta cómodamente sentado, se levanta. Me corro, preguntándole con la mirada si va a bajar ya que mi posición entorpecería su descenso. Me dice que no, y se queda a mi lado, parado en donde no cabe y obstaculizando el paso a quien quisiera sentarse en ese asiento que dejó sin explicación. Se baja en Italia y Rioja, junto con el 60% del pasaje.

13:15 – Biblioteca Municipal. Roca al 700. Camino con mi hija a tomar el colectivo de vuelta. Un pelado completo de edad indefinida, como todo pelado completo, ataviado con un canchero traje color té con leche y zapatos puntiagudos marrón oscuro, de pronto la emprende a las trompadas con otro joven. Ambos son de clase media y se nota que jamás contemplaron la idea de lanzar una piña. Se arañan. Se toman de la cabeza como dos luchadores de Titanes en el Ring. Caen al suelo. Ruedan. Se levantan. Insisten con acabar con sus vidas meta inofensivos empujones. Cruzo de vereda haciéndole chistes a mi hija en brazos, para que no vea ese sonso episodio que solo a ella podría asustar.

13:40 – Ya en el colectivo, entreteniendo a mi hija con el auricular de la radio, una mujer joven enfrente mío llama por celular a ¿un hijo?, le dice que no va a llegar, que saque $5 de ahí, de donde está la biblia, y se vaya a comprar una gaseosa chica y unas galletitas, y que le deje el vuelto ahí, donde está la biblia. Su cara denota hartazgo. La confusión monetaria que lleva en su cabeza lo demuestra. Temo que vaya a hacer algo irreversible, pero ¿qué se hace? ¿Se llama al 911 y se dice qué cosa? No sé qué se hace en estos casos.

16:10 – Colectivo de vuelta. Bastante vacío. A las cuadras sube una mujer. Pide, flameando un billete de cinco pesos, si alguien le paga el boleto, ya que se olvidó la tarjeta. Un pibe que aún no tiene 18 se levanta y con una sonrisa le pasa la tarjeta. Por supuesto que no acepta los cinco pesos.

18:45 – Roca al 800, yendo a ensayar con la guitarra al hombro me pasa por la vereda una moto de la policía, casi enredándose con mi pulover y frena brusco. El policía se baja, aparece otra moto y ya vienen dos más por Rioja. Una vendedora de un local de ropa gitanezca le señala: “enfrente”. Del local señalado sale la vendedora damnificada, corriendo agitada. Un policía le pide que describa al caco, que le diga cómo estaba vestido. La mujer, detallando con minuciosidad aquello que todos sabremos antes de que lo diga, le cuenta que el malviviente iba con ropa de gimnasia, holgada, y que llevaba una gorrita blanca. Me sale, como un provechito, un irónico ¡No! ¿En serio? Una joven que camina a mi lado se ríe y niega con la cabeza. Otra, me mira como si yo fuera una suerte de facho irremediable en lugar de realista.

Viernes – 4:00 AM. Al menos doscientos adolescentes se instalan de pronto en Urquiza y Roca y gritan, celebran estúpidos cánticos y al rato transmutan en zombies que aúllan y pululan por la cuadra como hasta las cinco. Cierro todas las ventanas, pero el barullo se mete por todos lados, es como estar en la cancha de Boca. No me duermo nunca más.

Bah, me duermo a las seis y pico, cuando ya debería haberme levantado. Me despierto a cualquier hora.

Llego a mi trabajo media hora más tarde.

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