Bien, amigos, está terminando
este 2014. ¿Quién lo hubiera dicho? ¡2014! Ya parezco un viejo no creyéndome el
año que curso.
Termina un año difícil. La
inflación destruyó los billetes. Muchos hemos dejado de hacer cosas que antes
hacíamos como si nada mientras Cristina aduce que esto ocurre por la crisis
global que hay en el globo que nos engloba en esta era globalizada. Es cierto
que hay una crisis global en el globalizado globo, de esas que hace rato no se
veían, pero la verdad es que no sé si es tan así.
En una entrevista de 1971, un
jovencísimo pero muy despierto y nostradamusiano Roger Waters anunciaba que la
plata un día se iba a acabar, y que para ello no faltaban 14 generaciones. Nosotros
mismos lo íbamos a padecer, aquellos que estuviésemos vivos y fuésemos jóvenes
en 1971 veríamos con nuestros propios ojos el fin de la era monetaria.
Y aquí estamos, ¿Roger tenía
razón cuando decía esto? Claramente no. Tanto él como sus amigos de Pink Floyd
llegarán a ver crecer las margaritas desde abajo con los bolsillos chorreando
fajos de dólares, y sus hijos también. El tema es cuando hablamos de simples
boludos como usted o como yo, esos seres comunardos que habitamos esta Tierra
que terminamos en esta ineludible realidad que nos tiene hace años (sí, años)
viviendo el día a día como vendedores ambulantes o buscavidas, ilusionados
hasta el sesgo con encontrar la forma de salir rajando de nuestros problemas
cotidianos sin conseguirlo.
En lo que a mí respecta, debo
brindar por un 2014 que se va en donde finalmente y luego de 25 largos años de
espera pude poner en marcha junto con mi hermana ese proyecto que siempre quedaba
trunco por la mochila familiar. Y a pesar de que el nuevo horizonte debería
haberse enfocado hace al menos una década y habiendo empezado tan pero tan
tarde, hoy puedo ver los brotecitos de aquello que sembré anhelando algún día comer
sus frutos. Falta. Falta un montón. Pero ahí están los brotes. Ya se pueden
ver, y eso me llena de orgullo y alegría. Y no me puedo quejar.
Luego, nuestro terco ispa,
siempre errante, siempre torcido, continuamente manoseado. Cristina está
terminando su segundo mandato. Nunca, en toda la historia de mi familia desde
la época de mis bisabuelos, sufrimos tan largo período de vacas flacas. Jamás.
Ni mi bisabuelo materno sastre, de quien mi vieja cuenta siempre que tuvo que
comprar la casa donde vivieron dos veces por culpa de Frondizi -yo no le digo nada, para no pelear, pero la
pudo volver a comprar. Llego a perder mi departamento en la actualidad y no
podría siquiera pagar un alquiler, ni hablar de sacar un crédito para recuperar
mi casa y comprarla dos veces-. O en la época de los milicos, que a mi
padre le expropiaron un campito porque debajo de su tierra tenía petróleo. O
con Alfonsín, que mi viejo compró un departamento en cuotas y la última tenía
tantos pero tantos ceros que no entraban en la boletita de pago. Me acuerdo
cuando la pagó, yo tenía 14 años, llegó
del banco y puso el tema de las Walkirias al recontra taco en el equipo y se
puso medio en pedo. Jamás lo vi ni mareado, y esa vez se había quitado una
mochila de encima que lo hizo enloquecer más de lo normal. Ni siquiera en la
época de Menem, cuando mi padre se fundió minutos después que el Carlos diera
el visto bueno y dejara entrar colectivos interurbanos importados de Brasil
haciendo quebrar de inmediato a todas las fábricas carroceras nacionales, principales
clientas del negocio familiar.
Pero siempre de alguna manera
pudimos salir de esos bretes, porque siempre hubo trabajo, y de alguna forma
siempre nos mantuvimos ocupados cortando tela para un traje nuevo (mi bisabuelo
Santo), vendiendo telas como viajante por los pueblos del norte (mi abuelo
Héctor), fabricando preservativos (mi abuelo Juan), vendiendo aluminio (mi
abuelo Juan, mi padre), curvando aluminio (yo), fabricando aberturas (mi
hermana y yo). Y los caminos se bifurcan y la vida continúa y el sol sale para
todos y el abanico siempre fue muy variopinto, solo había que trabajar y buscar
oportunidades, y eso era todo. Y el trabajo venía solo.
Y la verdad es que la época de
Cristina me pulverizó. Con Néstor llegué a mudarme a mi departamento propio con
la casa por la mitad y la ilusión de terminar los detallitos con lo que me
ahorraría de alquiler. Me costó pocos meses agradecer estar en una casa donde
no tendría que pagarlo, y al día de hoy, siete años después, el baño sigue por
la mitad como cuando me mudé, y mis ingresos se fueron devaluando
sistemáticamente hasta mi realidad actual, en donde si le pago a la niñera que
cuida a Alba no puedo mantener el auto.
Termina el mandato de Cristina.
Este es el último año y mi desaliento es fenomenal. Pero como dice mi mujer: “A
mi cualquier colectivo me deja bien en El Desaliento”, soy muy de desalentarme,
muy pesimista. No me culpo. Me han pasado tantas cosas “evitables” durante mi
vida que vivo con los ojos crispados, mirando allá delante, intentando con
desesperación no pisar las mismas piedras del pasado, que siempre vuelven, y
siempre están ahí.
Mi relación con Cristina fue
difícil. Al principio le tenía un fuerte rechazo. He perdido amistades por
discutir sobre los Kirchner. Luego, los distintos cambios que atacaron sin
titubear me hicieron respetarlos y esperar, no podía siquiera levantar mi mano
de reclamo habiendo tantos que esperaban desde tanto tiempo antes. Incluso por
un pequeño instante me sentí bastante atraído con el gobierno, justo antes de
su segundo mandato. Y a pesar de que no la estaba pasando bien y que hacía rato
que mi situación económica estaba postergada, decidí hacer a un lado ese
detallito, y acompañarlos.
Hoy, Cristina está más devaluada
que nunca. Su gobierno está dormido y en piloto automático, su rumbo económico
perdió el foco, su ira hacia la oposición terminó de dividir a todo el mundo y
los hechos de corrupción no tienen nada que envidiarle a la época menemista.
Pero lo que más me desalienta, lo
que me tiene verdaderamente preocupado y sin dormir no es solo que hace siete
años que espero termine esta largo período de vacas flacas que ni mi padre ni
mis abuelos siquiera padecieron o imaginaron. Lo que más me perturba es que no
tenemos a quien votar. Que las opciones son: seguir este modelo altanero y
embichado que solo promueve los planes trabajar sin atender al resto de la
población no rica que continuará esperando y esperando, o votar al mamarracho
de Massa, que se pasó el año entero demostrándonos con gran talento lo inútil
que es, lo manejado por los medios que está y lo tremendamente fácil de
convencer que es hasta por el patético asesor de imagen que le ubicaron. O
Scioli, quien nos ha demostrado con tesón que lo único que quiere es llegar a
presidente, sea como sea y sin importar nada de lo que le ocurra en el camino,
bosquejándonos con trazo de apasionado paisajista lo boludo y manejable que
sería un período con él al poder. O Macri, de quien no podría ponerme a
enumerar sus defectos o sus corridos ideales de patriotismo, rodeado por un
equipo de inútiles de doble apellido que no tienen puta idea de lo que es pasar
hambre o lo que hay que hacer para sacar el país adelante.
Así que no sé qué va a pasar con
nosotros, quién nos gobernará y si algún día saldremos de este período de vacas
flacas al que ya habría con señalar como período de vacas famélicas.
Lo que sí sé es que los Kirchner
nos cambiaron la vida, y que hoy no somos ni remotamente aquellos que fuimos, y
que tuvimos que afilar el cuchillo mucho más de la cuenta.
¿Hoy somos mejores personas? Sin
dudas. Si tuviésemos que correr una carrera con algún otro desesperado de otra
parte del globo globalizado lo dejaríamos tirado en el piso antes de largar,
confundido sin saber qué fue ese viento que lo volteó.
Y no sé si Roger Waters tenía
razón en aquella entrevista de comienzos de los setentas, pero prefiero creer
que sí.
En este 2015 elijo convencerme de
que realmente la era monetaria está acabando y que tendremos que enfocar
nuestros futuros gastos y prioridades de otra manera, porque la plata no viene
más, y la que tenemos no sirve para nada. Y ni Cristina, ni mucho menos Macri,
Scioli o el imbécil de Massa podrán dar vuelta una situación que está aferrada
a nuestra idiosincrasia como caprichosa y glotona garrapata. Así que cuiden el
mango, no se metan en deudas innecesarias y vayan despacito, que esto no
termina ni remotamente cuando Cristina deje el sillón de Rivadavia.
Feliz navidad para todos y como
digo siempre: Pasen estas fiestas bien y solo con quienes merecen su compañía.
Hagan un balance. Chúpense un buen Champán o un lindo vino de guarda, y
arranquen el 2015 alertas y preparados, que eso que se viene, que está a la
vuelta de la esquina, ni siquiera hubiera sido imaginado por Roger Waters, y
mucho menos por Nostradamus.
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