Hace tres años, cuando finalmente me mudé a mi departamento propio luego de haber atravesado esa difícil etapa en donde uno deja todo lo que construyó y alquila un dormitorio sin nada habiéndose separado como buen rosarino de mediana edad, agarré una reposera y me senté, muerto de cansancio por la mudanza, a disfrutar de la imponente vista de mi mini-patio hacia el centro de manzana, donde puedo deleitarme con algunos techos forrados de membrana asfáltica, algún que otro gato punga que me mira aterrorizado como si estuviera apuntándolo con un FAL, el enorme tinglado de la cochera de al lado y los cortamambo contrafrentes de los edificios de calle Paraguay.
Y como cuando pasan 5 minutos de ver eso uno ya se hincha las pelotas, me pongo a mirar el cielo. Y lo hago seguido, se puede decir que se me arraigó como rutina eso de tirarme en el mini-patio a mirar el centro de manzana a la tardecita.
Y un día, medio aburrido, noté que había un montón de pájaros volando para cualquier lado en el centro de manzana. Pero un montón me refiero a un montón, a algo fuera de lo común, porque yo he visto en el parque esos pajaritos negros re lindos que andan todo el día juntos y están siempre en el mismo árbol, y van para acá y van para allá todos a la vez como si tuvieran miedo de quedarse solos o de separarse, pero esos son pájaros migrados que vienen en bandada de vaya uno a saber dónde y hacen escala antes de seguir dantesco viaje hacia vaya uno a saber qué lejana comarca.
Y en el centro de manzana de mi departamento no hay una congestión de aves migratorias de pigmentados y vivaces colores… Hay congestión de palomas, palomas berretas grises de esas que hay millones por todos lados, que no sirven para nada porque ni cantar saben. Solo van de acá para allá cagando las veredas, los autos, la ropa o la frente. Justamente, días atrás iba en bicicleta y una de esas palomas me cagó en la frente, motivo por el cual de inmediato le mandé un mensajito a un amigo parafraseando a Juan Carlos Batman cuando canta: “¡Me cagó un pájaro! ¡Acá en la frente!”
Nunca jamás un pájaro me había cagado en la frente. En la cabeza sí, en los hombros, en la espalda o en las piernas… Una vez, me acuerdo; de esto hace un par de años, iba caminando en ojotas, creo que había ido a pagar la cuota de algo al centro y me volvía para casa caminando. Y venía en ojotas de cuero con tanta pero tanta mala suerte, usted no me lo va a creer, pero un pájaro de gran porte, y supongo que era de gran porte porque no lo vi, pero deduzco gran porte por el tamaño descomunal de la mierda que depuso, cagó con tanta pero tanta puntería desde donde carajo sea que estaba defecando, que la mierda entró limpita entre la ojota y la planta del pie en el momento justo en que levanté la pierna para dar el siguiente paso. Y fue muy asqueroso dar ése paso. Porque cuando finalmente lo di y me afirmé en mi pierna derecha para continuar caminando como Johnny Walker, apreté, derramé, esparcí, y empapelé toda la ojota y mi pie con voluminoso y chirle guano de pterodáctilo. Y faltaban cuatro cuadras para llegar a casa.
Y nunca me puse a pensar cuántas veces me han cagado los pájaros, pero le aseguro que jamás me han dado suerte. Es mentira eso de que si te caga un pájaro te da suerte. Prefiero buscar la suerte mirando el programa de Mirtha Legrand, mire lo que le digo.
Y no sé por qué absurdo motivo me fui tan pero tan por las ramas, pero así soy yo, medio ramero…
Entonces le decía, que hay un montón de pájaros. Un montonazo. Fuera de lo común. Y la que prevalece en esta infestación endiablada es la célebre Zenaida Auriculata. Quizás este nombre no le diga mucho, ya que es el científico; usted la debe conocer como “Tórtola Torcaza”, aunque yo no la conocía ni por ese nombre ni por el otro. Para mí es una simple paloma de mierda. Una paloma, que no sirve para nada. Bah, sirven para una sola cosa: para entretener jubilados que van con la bolsita de galletitas picadas a darles de comer en las plazas.
Y uno no puede mantener semejante estructura para que los jubilados se diviertan porque en primer lugar no hay tantos jubilados. 1 jubilado cada 10 palomas sería una ecuación justa pero acá estamos hablando de 1 jubilado cada 10.000 o 100.000 palomas, y no existe manera de que un ciudadano de la tercera edad se monte en épica cruzada para alimentar las 10.000 o 100.000 aves que le tocan según el reciente censo. Prefiero que la municipalidad invierta en cubos mágicos para todos o que instale mesas de ajedrez cada treinta metros.
Así que estamos fritos. No tenemos nada que hacer más que aceptar que hay una obscena cantidad de palomas en la ciudad. Obscena. Ridícula.
Dicen por ahí que esto se soluciona trayendo un número a determinar de lechuzas, que éstas se las comen. Otros dicen que hay una solución química que se rocía en los árboles y las palomas se piantan. Uno del campo manifestó por radio que contrató a 6 tipos con escopetas que no tenían ni siquiera que apuntarles, tiraban al cielo “a la Bartola” y caían de a 5, acribilladas, que mataban algo así como mil por hora pero que esto no servía de nada ya que había millones.
Y yo sé que usted va a decir: “Ay, pero dejate de joder… ¿Con los problemas que hay te pensás que la municipalidad va a gastar 3 minutos en resolver eso?”
Y yo lo resolvería. Yo lo resolvería. Porque si esta paloma de mierda resulta ser una plaga como dicen, significa que seguirán expandiéndose hasta el día en que, sin manera de volver atrás y encontrando como única solución autotirarnos una bomba nuclear, advirtamos que hay más palomas que centímetros cuadrados en la ciudad.
Entre mis rutinas diarias debo caminar al centro para diversos compromisos y diligencias y tomo por la Plaza Pringles para acortar camino hacia la peatonal. Yo no sé si usted anda por ahí seguido, pero alrededor de la fuente y en toda la vereda de la cortada hay una alfombra de mierda de paloma que hace patinar sobre las lisas baldosas elegidas para decorar la plaza. Es una porquería caminar por ahí.
Y en el balcón de mi casa tengo 6 macetas en donde las palomas anidaron y esperan 10 hijos cada una.
Insisto, sé que es un tema que puede parecer menor, pero debo advertirles que no lo es en lo más mínimo. Es un tema mayor.
Un día nos despertaremos con una paloma mirándonos inquisidora, parada sobre nuestro tórax con aires de cocorita con una nota en su pico que, al abrirla, leeremos alelados que fuimos conquistados, que Mónica Fein fue depuesta y que ahora rige el nuevo orden municipal del palomo mientras nos deja de regalo un flor de cagadón enredándose en los pelos de nuestro pecho...
Los dejo con la inquietud.
Es verdad, no hay plaza ya en la que te puedas sentar tranquilo porque los bancos están infestados de guano. La Pringles, por la que ando seguido es un ejemplo, sumado a que no se limpia con la asiduidad debida.
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