jueves, 26 de mayo de 2011

Viaje a Buenos Aires.




Me fui a la Feria del Libro en colectivo. Usté se va a reir, pero me afirmé y aferré a esa hipótise como loco. Porque amaba ir a Buenos Aires en auto, pero eso fue al menos hace 5 años atrás. Ahora no se puede ir más, a no ser que usted quiera morir de un infarto en un congestionamiento o de inanición por culpa de un piquete. Y me pone muy nervioso ir a Buenos Aires, así que no voy más. Salvo fuerza mayor.

Fuerza mayor en este caso fue la Feria del Libro. Tenía que ir a firmar ejemplares de “Boutique”, mi nueva novela, y no podía faltar a tamaña desopilante experiencia. Y entonces renegaba durante los días previos por el auto y el viaje y donde dejarlo en Bs As y mi padre, que muy pocas veces me habla, me dice: ¿Y por qué no te vas en colectivo?.

Y me brillaron los ojitos. No lo había pensado. Porque me molesta el bondi, tengo muy feas experiencias, la lentitud con la que se viaja me exaspera, la gente que viaja con uno jamás colabora con la causa y siempre está el pelotudo que ronca, o el hijo de puta que come caramelos como un descerebrado, o el que estornuda, o los que hablan todo el viaje a los gritos o cagándose de risa y, por qué no, el infaltable nenito que llora o rompe las pelotas sin importarle un carajo, tanto a él como a su madre, lo que sufra el resto de la comunidad colectivera. Pero a pesar de todo esto la idea comenzó a crecer en mi marulo y se afianzó, arraigó y enraizó al punto de no poder cambiar de parecer. Cualquier cosa es mejor que ir en auto.

Saldría el viernes a las 9 de la mañana y llegaría a Retiro a la 1, o algo así. Me llevaría trabajo, por qué no… Tanto que me jode manejar, ahora tendría un chofer que lo haría por mí. Súper.

Entonces me llevé la notebook, me senté contra la ventana, cerré la cortina, la patrona me dio un beso y se puso de costado como quien dice: “cuando lleguemos samarreame” y yo me puse a escribir críticas de cine. Fabuloso.

Luego me dio un poco de modorra de escribir tan cómodo en esas butacas de coche cama y apagué todo y me dormí un rato. Me desperté en la Villa 31. Genial. Ya estaba en Buenos Aires. No lo podía creer. Años puteando y renegando con el tráfico de mierda del acceso norte, con los embotellamientos, con los pelotudos de Pilar que te pasan raspando en Audis o Beémes o Mercedes echando putas y haciendo alarde de manera asquerosa de su condición de porteño insoportable.

En auto no vengo más. Ya está decidido.

Y llegamos y fuimos al subte, debíamos ir a Plaza Italia, habíamos reservado en el hostel EcoPampa, donde pasaríamos la noche, a siete cuadras muy caminables de la Feria del Libro. De pelos.

Todo muy expeditivo. Todo muy rápido: Bajábamos al subte y éste estaba ahí, esperándonos. Nos subíamos al subte y bajábamos en Plaza Italia. Y al otro día lo mismo. Una barbaridad el subte.

Y bueno, las jornadas de firma terminaron y el sábado a la noche nos fuimos en subte hasta Retiro a tomarnos el bondi de vuelta para Rosario. Esta vez viajaríamos de noche. Yo estaba muy cansado, había estado parado desde las 2 de la tarde hasta eso de las 8 de la noche y no daba más. No veía la hora de estar sentado en la butaca súper cómoda y reclinable del coche cama y que pongan una película y dormirme. Y la hora me venía justa, porque el bondi salía a las 9:30 así que miraría un poco de TV y a dormir hasta la 1 que llegáramos a Rosario. Impresionante.

Y entonces nos reclinamos los asientos un poco y nos encaminamos a dormirnos sin advertir que detrás nuestro había un viejito muy ancianito con un estado de salud muy delicado, que no paraba de toser, pobrecito. Y para colmo la tos era bien fea. Era una tos que le venía de las profundidades más oscuras de sus pulmones. Grave. Regurgitante. Acuosa. Longeva. Potente. Repetitiva. Moribunda.

Al principio me asusté, debo reconocerlo, pensé que ese hombre no llegaría a Rosario. Por como tosía apostaba lo que no tenía porque pasaba a mejor vida en San Pedro o Ramallo. Y no paraba de toser. En un momento pensé: “Si este hombre tose así 10 minutos más se le va a salir la garganta por la boca, o se le va a abrir el pecho y se va a desangrar delante de todos ante los gritos de espanto de la vieja que está a su lado. O va a vomitar. Seguro que vomita. ¿Esas son arcadas? Para mí que son arcadas, eso no es tos. Qué mierda va a ser tos eso”.

Después advertí el otro problema que conllevaba la situación. Si ese hombre seguía tosiendo yo no podría dormirme y el viaje se me haría un calvario. Al principio me sentí mal de pensar así, pobre hombre, encima que está por morirse, que le faltan quizás unos minutos de vida nomás yo voy y me pongo en egoísta… A veces suelo ser medio hijo de puta.

Y el hombre seguía tosiendo, en compañía de la viejita, que le decía: “¿Estás bien? ¿Querés que te traiga agua?” Pero se ve que el viejo le decía que no con algún ademán, porque la vieja no se levantaba a buscarle agua. Y el viejo seguía tosiendo.

Luego pensé en ponerme a escribir en la notebook, al menos pasaría el rato, pero era imposible suponer escribir 4 palabras conexas entre sí con semejante batifondo detrás de mi nuca.

En un momento supuse que lo hacía a propósito, o que era una jodita para VideoMatch, porque nadie puede toser tanto sin morirse en el intento. Ya parecía una broma de mal gusto de algún programa pelotudo de esos que abundan en la grilla televisiva. Pero aparentemente, según mi novia, no se hacen más esas jodas por TV; yo no lo sé porque no miro televisión, así que por un instante se me ocurrió que venía por ahí la mano y estuve contemplando la posibilidad de darme vuelta y darle una cachetada al viejo y preguntarle, iracundo y aferrado con vehemencia a sus solapas, dónde estaba la cámara. Pero no. Ese viejo se estaba muriendo en serio y yo, como un gran sorete, me sentía molesto por la situación.

Y pasaron 2 horas, que fueron realmente insoportables, no sé dónde mierda estábamos pero vio que los colectivos van despacio… Deberíamos estar por San Pedro, por ahí, qué se yo. Y yo no daba más, estaba por explotar del sueño y el viejo y su tos no solo no me dejaban dormir sino que ya me estaban empezando a volver loco. Y la patrona me acariciaba la mano intentando hacerme relajar pero yo era una maraña de nervios, quería matar a ese viejo así no tosía más. En una de esas él prefería que alguien lo mate, qué se yo que pasaría por la cabeza de una persona que está tosiendo sin parar durante 2 horas y media, yo creo que si me pasa eso pediría con señas que me pongan, que me den un tiro y listo, qué se yo.

Y recliné del todo mi asiento y me dormí. No sé cómo lo hice, pero me dormí. Quizás haya sido que estaba completamente agotado de todo, porque es muy raro que me duerma con ese tipo de escenario. Pero me dormí.

Y a los 5 minutos, porque no pasaron más de 5 minutos, puedo corroborarlo ya que en el tv estaban pasando Hancock y la película continuaba más o menos en la misma parte, la viejita que acompañaba al señor Tos me dice al oído, con voz fuerte y clara: “¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte, señor!” (esto último ya lo dijo sacudiendo mi hombro con ímpetu) “¡Eh?”, dije yo, presa de un ataque de desesperación. No entendía nada. “Señor, debe enderezar el respaldo de su asiento porque detrás suyo hay un hombre muy enfermo y le molesta el respaldo de su asiento tan cerca y tiene que tomar una medicación” me dijo. Y se irguió y se fue rapidito para atrás.

No sé qué intenté hacer, pero algo debo haber querido hacer porque mi novia me agarró fuerte del antebrazo. Quizás intenté pegarle a la vieja, no puedo recordarlo. Estaba muy dormido y muy desesperado. Mi novia me enderezó el asiento, que me eyectó de golpe hacia delante, me tomó de la mejilla y durante un largo rato intentó hacer foco en mi mirada para que yo desista de hacer lo que mis ojos amenazaban hacer ya sin ocultarlo: Matar a ese viejo hijo de un container de porongas vivas.




Y no me pude dormir más.

Y el viaje se me hizo infinito.

Y me arrepentí de no haber ido en mi auto y renegar con el tránsito y los piquetes.

Y el viejo siguió tosiendo. Y no se murió en el viaje.

Y llegamos a la terminal. A la 1 de la mañana.

La vieja, fiel a su condición de rompepelotas, se levantó de un respingo y salió disparada al pasillo empujando al viejo de los hombros, para salir primeros del bondi. Por un instante me dije: le meto una trabada a este viejo hijo de putas así se va de jeta y se rompe los 3 dientes que le quedan, pero no. Lo dejé que baje primero y que se vaya bien a la recalcada concha de su puta madre, viejo hijo de mil putas. Me cagó el espléndido viaje que había hecho. Me desquició la cabeza. Debería haberme tomado 15 días de vacaciones después de esa agotadora experiencia.

Y entonces el viejo caminó, vacilante, hasta la puerta. Bajó un escalón y se quedó ahí, contemplando lo que fuera que estuviera contemplando con la mirada perdida en el horizonte, buscando algo en el bolsillo de su camisa. Y la gente se empezó a acumular detrás del viejo, que obstaculizaba el paso a la libertad y no dejaba salir a nadie.

Y finalmente encontró lo que estaba buscando en el bolsillo de su camisa: un paquete de Imparciales 100, del que sacó un cigarrillo, lo prendió y saltó con gran agilidad hacia la terminal en donde lo esperaba la vieja, que ya había recuperado las valijas.

Y se fueron.

Hace desde ese sábado a la noche que tengo una preocupante expresión de sorpresa en mi rostro, que no se me va con nada. Al principio pensé que era algún virus, que me había dado una parálisis facial, pero no. Las parálisis faciales cuelgan un lado del rostro. No levantan las cejas tan arriba. Y no se me va.

Eso sí, dejé de fumar. Hace casi 20 días que no fumo. Y no creo que vuelva a hacerlo.

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